Rutger Bregman y la Ambición Moral.

Hoy he leído un artículo en eldiario.es sobre Rutger Bregman y su último libro que, casualidades de la vida, es uno de los últimos que he podido leer. El argumento del autor es, en mi opinión, provocador, pero insuficiente.
El autor nos invita a repensar qué significa el éxito: no acumular prestigio, dinero o poder, sino dedicar nuestro talento a resolver los grandes problemas colectivos. Una idea seductora, sí, pero que corre el riesgo de quedarse en el plano de la ética individual, sin aterrizar en la arena política donde se disputan las transformaciones reales.
Bregman denuncia con acierto la trampa de esos trabajos sin sentido que absorben a miles de jóvenes brillantes en consultorías, marketing o finanzas. Frente a ello, propone una “ambición moral”: orientar la carrera hacia causas transformadoras, como el clima, la justicia social o la lucha contra la desigualdad. El ejemplo del abolicionismo británico que utiliza es acertado: muestra cómo una minoría organizada puede cambiar el curso de la historia. Pero aquí aparece la primera grieta: ¿qué ocurre cuando la ambición moral se queda en decisiones personales y no se traduce en organización colectiva?
Gramsci nos recordaría que la energía individual necesita convertirse en hegemonía cultural y en bloque histórico. Rosanvallon subrayaría que la igualdad no se garantiza con buenas intenciones, sino con instituciones que la hagan efectiva. Y Arendt nos advertiría que la política no es solo moralidad, sino pluralidad y conflicto. En otras palabras: la ambición moral, para ser transformadora, debe organizarse, institucionalizarse y disputar poder.
En el contexto español, donde la izquierda se fragmenta y la política se llena de gestos simbólicos, el libro de Bregman puede leerse como un recordatorio: el talento y la energía no deben diluirse en carreras personales ni en luchas de cuotas, sino orientarse hacia proyectos colectivos de democratización. Pero su falta de concreción política deja abierta una pregunta clave: ¿cómo se traduce esa ambición moral en estructuras capaces de derrotar a la derecha y de reformar unas instituciones, en algunos casos ancladas en el pasado?.
La respuesta, desde mi perspectiva, pasa por reforzar, con actitud crítica, las organizaciones de izquierdas. No se trata de vivir de la política, sino vivir para la política: de transformar partidos y colectivos en motores de cambio real, capaces de canalizar la ambición moral hacia la acción organizada. Solo así la ética individual se convierte en estrategia colectiva, y la ambición deja de ser un gesto admirable para convertirse en fuerza transformadora.

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