Narcisismo y deslealtad política en El Campello


Hace unas semanas, los medios locales tuvieron a bien publicarme un texto reflexionando sobre el impacto que el grupo de no adscritos creado por dos fugados del grupo socialista tenía, en mi opinión sobre la representación democrática. En el presente texto, desde una perspectiva quizá más política, reflexiono sobre una cuestión tan “prosaica” como la actitud personalista de un cargo electo hacia la organización que le propone en su candidatura y en concreto la de los dos ex concejales socialistas.

En la política local, donde la cercanía con los ciudadanos debería traducirse en transparencia y compromiso con el bien común, la actitud de dos exconcejales del PSOE en El Campello ha mostrado el rostro más desagradable, ingrato y desleal de nuestro sistema de representación. Vicent Vaello y Guadalupe Vidal, representantes electos en las listas del partido socialista, han decidido mantenerse en sus cargos, pero en el grupo de no adscritos, negándose a devolver el acta que obtuvieron gracias al respaldo de una organización política que ahora denuncian como traidora. 

Este gesto no es solo una controversia administrativa (legalidad vs legitimidad): es una bofetada (más) al espíritu democrático que sustenta nuestro sistema electoral, de listas cerradas y bloqueadas. En nuestro modelo, el voto es para el partido (no para la persona, excepto en las listas al Senado), y por tanto, la legitimidad del acta pertenece a la fuerza política, no al individuo. Sin embargo, los protagonistas de esta historia han optado por personalizar el voto, arrogándose la representación ciudadana como si fuera un patrimonio personal e intransferible.

Lo que aquí se muestra, en mi opinión,  es una actitud profundamente narcisista. Un narcisismo político que convierte la representación institucional en un escenario de reivindicación personal, en el que el ego suplanta el compromiso colectivo y la lealtad. Porque cuando un cargo público se niega a devolver el acta, no por respeto al electorado sino por mantenerse aferrado a una posición de poder, estamos ante un acto que traiciona el fundamento democrático mismo de su nombramiento.

Vaello y Vidal acusan al PSOE de tacticismo, imposiciones internas y discriminación. Y aunque toda denuncia merece escucharse, ¿es legítimo que su respuesta sea apropiarse de una representación que ya no les corresponde? Porque, por más que se amparen en convicciones personales, no fueron elegidos por su nombre, sino por las siglas que hoy desprecian.

El transfuguismo, aunque no sea estrictamente el caso, así como el mercadeo con la representividad, es más que una maniobra política; es un síntoma de algo más profundo: la pérdida de conciencia institucional. Cuando el afán de protagonismo se disfraza de coherencia, y el ego suplanta a la organización que permitió ocupar ese lugar, el ciudadano queda atrapado entre el desencanto y la impotencia.

Este episodio en El Campello no solo deteriora la imagen del PSOE, sino la confianza de los ciudadanos en quienes dicen representarlos. Porque la política no es una pasarela de reivindicaciones personales, sino un espacio de servicio público. Y cuando quienes deberían encarnar esa vocación se convierten en guardianes de su propio interés, algo falla.

 

 

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