HANNA ARENDT. CINCUENTA AÑOS YA.

Este año que está finalizando se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Hannah Arendt, cuya obra sigue siendo clave para comprender cómo los regímenes autoritarios construyen relatos simplificadores y convierten a colectivos enteros en chivos expiatorios. He considerado que no podía dejar pasar el año sin dedicarle unas líneas a la pensadora que supo definir la esencia del mal, encarnado en el autoritarismo fascista. Y sus reflexiones siguen vigentes cincuenta años después de su fallecimiento, a través de la perversa y peligrosa criminalización de la pobreza y la migración por parte de la extrema derecha actual, que  reproduce con inquietante fidelidad, las lógicas que la pensadora desnudó en sus análisis del totalitarismo.

En Los orígenes del totalitarismo (1951), Arendt subrayó que “la propaganda totalitaria prospera en un mundo donde los hechos son sustituidos por ficciones” (p. 341). Esa sustitución se observa hoy en la narrativa que vincula pobreza y delincuencia, migración e inseguridad, desplazando la atención de los problemas estructurales —desigualdad, precariedad, corrupción— hacia enemigos ficticios.
La banalidad del mal, concepto desarrollado en Eichmann en Jerusalén (1963), ilumina la normalización del discurso del odio. Arendt advertía que “el mal puede ser cometido por hombres que no son ni perversos ni sádicos, sino terriblemente normales” (p. 276). En nuestro presente, esa normalidad se traduce en consignas repetidas que criminalizan la pobreza y convierten la sospecha en sentido común, sin necesidad de grandes gestos de violencia.

La delincuencia, como en los relatos totalitarios, se convierte en un pretexto narrativo. En Sobre la violencia (1970), Arendt recordaba que “la violencia puede destruir el poder, pero es absolutamente incapaz de crearlo” (p. 56). La extrema derecha, al instrumentalizar el miedo, no construye soluciones, sino que erosiona la democracia y legitima políticas de exclusión.

Recordar a Arendt en este aniversario no es un ejercicio académico sino un acto de resistencia intelectual. Su advertencia sigue vigente: cuando el miedo se convierte en relato y el relato en política, la democracia se vacía de contenido. Frente a la banalidad del discurso, urge recuperar la radicalidad de la pregunta arendtiana: ¿cómo defender la dignidad humana en un tiempo que normaliza la exclusión?.

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