El rey y la Navidad: cuando el Borbón habla y la derecha aplaude sin escuchar
Cada Nochebuena se repite el mismo ritual: el Borbón Felipe aparece en televisión, pronuncia un discurso cuidadosamente calibrado por asesores y constitucionalistas de guardia, y la derecha española (esa derecha que se autoproclama guardiana de las esencias patrias) aplaude con fervor. No importa lo que diga, importa quién lo dice. Importa el símbolo, no el contenido. Importa la liturgia, no el mensaje.
Este año no ha sido distinto. El monarca deslizó advertencias sobre el populismo, la desafección, la erosión de la convivencia y la necesidad de instituciones fuertes. Palabras que, si se escucharan con un mínimo de honestidad, deberían haber hecho saltar las alarmas en los cuarteles generales de la derecha. Porque si hay un espacio político que ha convertido el populismo en método, la desafección en combustible y la erosión institucional en estrategia, ese es precisamente el suyo.
Pero no. La derecha no escuchó. O, mejor dicho, escuchó lo que quiso escuchar: que el rey habló, y que hablar desde Zarzuela es, por definición, hablar para ellos. La monarquía es suya, creen. El rey es suyo, creen. Y por eso aplauden, aunque el discurso les señale directamente.
La paradoja es grotesca: el monarca advierte contra los excesos que la derecha practica a diario (desde la agitación permanente hasta la deslegitimación sistemática del adversario) y, aun así, la derecha se siente reconfortada. Es el viejo reflejo monárquico: no importa el contenido, importa la pertenencia. El rey es el tótem que confirma su identidad política, no un actor institucional que interpela a toda la ciudadanía.
Lo más revelador es que, si uno analiza el discurso sin prejuicios, encuentra un retrato bastante nítido de la España que la derecha está moldeando: crispación, polarización, desconfianza, ruido. Y, sin embargo, quienes deberían sentirse aludidos se sienten bendecidos. Es la magia de la autoindulgencia: cuando uno cree que encarna la nación, cualquier crítica se convierte automáticamente en un elogio.
La derecha española lleva décadas instalada en esa comodidad: la de creerse la única intérprete legítima de España. Por eso no escuchan al rey; lo utilizan. Por eso no se dan por aludidos; se dan por legitimados. Y por eso, año tras año, el discurso navideño se convierte en un ejercicio de ventriloquia involuntaria: el rey habla y la derecha oye su propia voz.
Quizá algún día la monarquía comprenda que su supervivencia no depende de quienes la aplauden sin escuchar, sino de quienes la escuchan, críticamente, sin aplaudir. Pero ese día no será hoy. Hoy, como siempre, la derecha celebrará un discurso que, si lo entendiera, debería ponerla muy nerviosa.
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