Marx no tenía una bola de crista
Me vais a permitir un ejercicio de narcisismo ideológico hablándoos de uno de los temas que más me han interesado desde que, por lo que sea, se encendió la luz de mi conciencia y empecé a ver mi entorno desde otro punto de vista: descubrir a Marx.
Karl Marx no fue profeta. No tenía una bola de cristal, ni una fórmula mágica para el futuro. Lo que sí tuvo fue una gran capacidad analítica para diseccionar el capitalismo industrial de su tiempo. Y aunque algunas de sus predicciones se han demostrado erróneas, muchas de sus categorías siguen siendo imprescindibles para entender el presente. Eso sí: si queremos entenderlo más allá de los tuits, los memes y las proclamas que conforman el ideario de una sociedad que ha derivado hacia la necedad.
Su idea del colapso inevitable del capitalismo y la revolución como única vía de emancipación no se ha cumplido. El capitalismo ha mutado, se ha globalizado, ha incorporado mecanismos de amortiguación y ha sobrevivido a crisis que en otro tiempo hubieran parecido terminales. Pero reducir a Marx a sus errores de predicción es como juzgar a Darwin por no haber anticipado la genética molecular.
Algunas de sus ideas siguen vigentes, y pese al “dolor” de sus adversario ( o enemigos), ahí están.
La lucha de clases no ha desaparecido: se ha sofisticado. La concentración obscena de riqueza, la precarización laboral y el desmantelamiento de derechos sociales son expresión de una correlación de fuerzas entre clases, aunque se camuflen bajo discursos de emprendimiento y meritocracia. La explotación laboral y cultural se ha expandido. Hoy no solo se explota el tiempo de trabajo, sino también la atención, la creatividad y la subjetividad. El trabajador ya no solo produce mercancías: se convierte él mismo en mercancía. La alienación persiste. En una sociedad hiperconectada, el individuo se siente más solo, más fragmentado, más desconectado de su potencia creadora. Marx lo explicó como la separación entre el trabajador y el producto de su trabajo. Hoy podríamos hablar de la separación entre el sujeto y su sentido. El fetichismo de la mercancía se ha perfeccionado. ¿Qué es un iPhone, una zapatilla de marca, un NFT? Más que objetos útiles, son portadores de deseo, de estatus, de identidad. Marx lo vio con claridad: las mercancías ocultan las relaciones sociales que las producen, y se presentan como entidades autónomas, casi mágicas.
La vigencia de Marx no reside en la repetición de consignas, sino en la capacidad de usar sus conceptos para entender críticamente el presente. En tiempos donde el debate público se reduce a tuits, memes y eslóganes, reivindicar el pensamiento complejo es un acto de resistencia. No para encerrarse en una torre de marfil, sino para construir puentes entre la teoría y la vida cotidiana.
Porque si algo nos enseñó Marx (y lo olvidamos por desinterés o por rechazo) es que la emancipación no vendrá por decreto, ni será fruto de un algoritmo. Vendrá cuando las mayorías se reconozcan como tales, comprendan las estructuras que las oprimen y se organicen para transformarlas. Y para eso, necesitamos menos necedad y más crítica; menos espectáculo y más conciencia, menos resignación y más utopía.
La conclusión es que, quizá el marximo ya no este de moda, pero Marx sigue teniendo razón.
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada