El aquelarre de la derecha.
El Partido Popular ha decidido convertir la política española en el teatro del absurdo, donde la realidad se disfraza de victimismo. La condena al fiscal general se presenta como un triunfo, y la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, es elevada al rango de mártir, “perseguida por los poderes del Estado”. El relato es claro: cualquier exigencia institucional, cualquier control, cualquier requerimiento administrativo se convierte en una conspiración contra la derecha.
La paradoja roza lo grotesco. La Agencia Tributaria, garante de que todos contribuyamos al sostenimiento de lo común, se convierte en otro enemigo más al dictado de los "oscuros poderes". Si pide documentación, si detecta irregularidades, si abre una paralela, no es porque cumpla su función, sino porque conspira contra el libertinaje de los poderosos. El ciudadano corriente, debería saber que Hacienda no pregunta por ideologías sino por ingresos, por lo que igualmente, deberia observar con estupor cómo se pretende transformar la obligación fiscal en persecución política. ¿Es así?. No creo. Las huestes de la banderita no lo van a entender porque la disonancia cognitiva que les produce se convertiría en insoportable.
La derecha española nunca ha ocultado su aversión a los impuestos, sobre todo cuando afectan a quienes más tienen. Su discurso es el de la deslegitimación: el Estado es un obstáculo, la fiscalidad un robo y la justicia, cuando no está controlada por ellos por "la puerta de atrás" ( Coixidó, senador del PP dixit), un instrumento de venganza del perverso gobierno y sus secuaces. Eso sí, cuando los jueces de parte, sin pruebas, condenan, es un acto casi de justicia divina. Pero lo que se juega no es la suerte de un presidente ni de un partido, ni siquiera del gobierno de coalición. Lo que está en cuestión es la democracia misma. Porque cuando se erosiona la confianza en las instituciones, cuando se siembra la idea de que los poderes públicos actúan como inquisidores, lo que se destruye es el pacto básico de convivencia. La derecha no combate a Pedro Sánchez: combate la noción de que todos somos iguales ante la ley, combate la idea de que el poder debe rendir cuentas, combate la democracia como sistema de garantías.
El aquelarre no es un espectáculo aislado, es una estrategia: convertir a los poderosos en víctimas, a los corruptos en perseguidos, a los privilegiados en héroes de la libertad. Y mientras tanto, desarmar y erosionar ,más si cabe, la confianza ciudadana en lo común, en lo público, en lo que nos debería unir.
La cuestión no es si Ayuso está perseguida. Es si los ciudadanos estamos dispuestos a aceptar que el cumplimiento de la ley, cuando perjudica los intereses de la derecha, se convierta en un relato de persecución. Porque si lo aceptamos, habremos renunciado a la democracia. Y entonces sí, los estúpidos seremos nosotros.
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