Patriotas de cartón y el Goebbels de Chamberí
En la política contemporánea, hay espectáculos que se repiten con la cadencia de una mala comedia: Isabel Díaz Ayuso (IDA para los amigos) lanza la enésima mentira para generar crispación entre sus huestes, y una parte del público la vitorea como si acabara de salvar la patria. Lo verdaderamente preocupante no es el guion ( que ya lo conocemos) sino el aplauso y los vítores. Porque lo que se celebra no es el argumento, sino la ocurrencia, la zafiedad, el exabrupto.
Ayuso hace su papel. Lo ejecuta con la soltura de quien sabe ( si no ella, Mar si que lo sabe) que en la era del titular fácil y la indignación rentable, la complejidad es un estorbo. Su discurso no busca convencer, sino encender. No pretende construir, sino polarizar. Y en ese juego, la manipulación no es un error: es estrategia.
Pero lo que debería inquietarnos no es ella, sino quienes la aplauden. Porque ahí reside el verdadero síntoma de nuestra enfermedad democrática: una ciudadanía que confunde patriotismo con ruido, liderazgo con arrogancia, y libertad con impunidad. Que se siente cómoda en la necedad (no como insulto, sino como diagnóstico) y que convierte la ignorancia en orgullo y bandera.
Estos patriotas de pacotilla no defienden a España , sino una caricatura. Se envuelven en la bandera mientras permiten y aplauden (ay Cipolla) el desmantelamiento de lo público, celebran la mentira como si fuera ingenio, y aplauden la idiotez como si fuera virtud. No les interesa este país, sino el relato. No buscan justicia, sino revancha.
Y Ayuso cuenta con su propio Goebbels de Chamberí: Miguel Ángel Rodríguez, MAR. Un experto en la propaganda de baja estofa, en la mentira repetida hasta que parezca verdad, en el arte de la distorsión como herramienta política. La estrategia es clara: fabricar enemigos, tergiversar declaraciones, y alimentar el resentimiento. Lo último, el intento de atribuir al lehendakari Pradales unas palabras que jamás pronunció (como demuestran las imágenes, los vídeos y los hechos) es solo otro, el enésimo, en esta serie de burdas manipulaciones. Pero no importa: el objetivo no es informar, sino agitar. No es esclarecer, sino confundir y sobre todo, fidelizar a las huestes de la banderita y rosario.
La política convertida en espectáculo tiene consecuencias. Cuando el debate se sustituye por el eslogan, cuando el dato se reemplaza por el meme, cuando el insulto se convierte en argumento, la democracia se vacía. Y lo que queda es un teatro donde el aplauso sustituye al pensamiento.
No se trata de criticar por criticar a Ayuso por sistema. Se trata de exigir rigor, responsabilidad y respeto por la inteligencia colectiva. Se trata de no normalizar la mentira como herramienta política ni la necedad como identidad cultural. Porque si seguimos aplaudiendo el ruido, acabaremos viviendo en él. O a lo peor, ya estamos.
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