TETRALOGIA SOBRE LA LIBERTAD. Un compendio de reflexiones veraniegas.
Con vuestro permiso, me permito la licencia veraniega de escribir un breve cuento político. Su título: la República del sálvese quien pueda. Perdón, y gracias.
En algún rincón, probablemente entre una cafetería de moda y un fondo de buitre, se fundó la República del sálvese quien pueda. Su constitución era breve: “Artículo único: Si puedes pagarlo, es tuyo. Si no, pues... suerte en tu próxima vida” (por no decir otra cosa).
La república nació de una reunión secreta entre tres ideólogos: Nozick el Implacable, Rawls el Idealista, y Keynes el Intervencionista, aunque este último llegó tarde porque estaba esperando para coger el transporte público.
Nozick, con su capa de invisibilidad estatal, proclamó:
—¡La justicia es que nadie te quite lo que ganaste, aunque lo hayas ganado vendiendo aire embotellado a precios de oro! El Estado debe ser como un árbitro ciego: presente, pero sin meterse.
Rawls, que traía una ruleta para repartir posiciones sociales al azar, respondió:
—¿Y si naciste en una alcantarilla y tu vecino en una mansión con jacuzzi fiscal? ¿No deberíamos diseñar el sistema como si no supiéramos qué carta nos toca?
Keynes, mientras calculaba multiplicadores fiscales en una servilleta, murmuró:
—Todo muy bonito, pero cuando el mercado se pone nervioso, hasta los ricos lloran. ¿Y quién los consuela? ¡Yo, con gasto público y abrazos monetarios!
Pero justo cuando Nozick estaba a punto de ser coronado como el gurú supremo del laissez-faire, ocurrió algo inesperado. Las luces parpadearon, y el Wi-Fi se cayó. Y en medio de una nube de humo dialéctico, apareció el espíritu de Karl Marx, con barba resplandeciente y mirada de “ya os lo dije”.
Marx flotó sobre la mesa y tronó:
—¡Todo esto es una farsa! ¡La libertad sin igualdad es solo privilegio disfrazado! ¡El mercado-fetiche os está engañando haciendo que os creáis ricos cuando sois pobres que vivís de vuestro salario!.
Nozick intentó responder, pero su voz se convirtió en un susurro tímido de justificación. Rawls se puso a aplaudir tímidamente y Keynes le ofreció un café.
Marx continuó:
—Habéis convertido el mercado en una religión, y al individuo en un consumidor sin alma. ¡Hasta el aire lo habéis privatizado! ¿Qué sigue? ¿Cobrar por soñar?
Y como vino, se fue. Dejando tras de sí un manifiesto impreso en papel reciclado y una playlist de lucha obrera en Spotify.
Pero Nozick tenía el viento a favor. En la “República del sálvese quien pueda”, su doctrina seguía siendo moda. Los políticos lo citaban como si fuera un influencer. “Menos impuestos, más libertad”, decían, mientras privatizaban hasta los bancos de los parques.
Rawls fue relegado a dar charlas en universidades donde los estudiantes ya no podían pagar la matrícula. Keynes terminó dando consejos económicos en TikTok, con filtros de arcoíris y gráficos animados.
Y Nozick... bueno, Nozick se convirtió en el héroe de los CEO, el patrón de los libertarios, el santo patrono del “yo tengo, tú no, qué pena, resignate”.
Pero en algún lugar, un grupo de jóvenes empezó a leer a Rawls, Keynes… y Marx. Y entre memes, café y utopías recicladas, comenzaron a preguntarse:
—¿Y si el liberalismo no fuera solo libertad para los que ya lo tienen todo, incluso el poder?
Pero la historia no termina. Mientras tanto, en la República del sálvese quien pueda, Nozick sonríe desde su torre de cristal, rodeado de drones, dividendos y discursos sobre meritocracia… sin saber que el fantasma de Marx sigue rondando, esperando que la conciencia de clase vuelva a las mentes de los trabajadores y trabajadoras para que su miseria, aunque vestidos de ropa de marca y con un iPhone pagado a plazos en el bolsillo, les devuelva a su realidad y a la lucha, otra vez, por la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Segundo texto.
¿Qué es la libertad de verdad? Lo que no te cuentan cuando gritas “¡Libertad!”
¿Recuerdan un texto que publiqué titulado, Liberales(el primero fue en forma de cuento veraniego ) ?. Pues este podría considerarse como la segunda parte, la parte con mayor intención pedagógica y explicativa. Allá vamos.
Muchos y muchas gritan “¡Libertad!” como si fuera una palabra mágica. Pero… ¿sabemos realmente lo que significa? ¿Es solo hacer lo que uno quiere sin que nadie se meta? ¿O hay algo más profundo detrás?
Y aquí aparece un nuevo autor: Isaiah Berlin, que se suma a Nozik, Rawls y Keynes . Un filósofo que se tomó muy en serio estas preguntas, y que teorizó sobre los dos tipos de libertad que el consideraba. Entender su reflexión sobre la libertad, creo que podría ayudarnos a entender ese concepto tan complejo y amplio como fundamental, pese a las reducciones simplistas a las que lo han sometido personajes, principalmente de los que hoy se reclaman “liberales”.
El concepto de libertad negativa es el más popular. Es la idea de que eres libre cuando nadie te impide hacer lo que quieres. Que el gobierno no te diga qué pensar, qué decir, cómo vestirte, con quién estar. Suena bien, ¿no? Es como tener espacio para moverte sin que nadie te empuje. Pero hay un problema: ¿qué pasa si no tienes con qué moverte? Si no tienes dinero, educación, salud, ¿de qué sirve que nadie te moleste?.
Aquí entra la libertad positiva. Es más profunda. No se trata solo de que no te molesten, sino de que tengas las herramientas para tomar decisiones reales. Ser libre no es solo que nadie te encierre, sino que puedas elegir tu camino con conocimiento y con opciones. ¿De qué sirve que te digan “haz lo que quieras” si no tienes ni idea de qué quieres, ni medios para hacerlo?
Y recuperamos a los autores del artículo anterior.
Robert Nozick decía que el Estado no debe meterse en tu vida. Que si tú ganaste tu dinero limpiamente, nadie tiene derecho a quitártelo. Suena justo, pero… ¿y los que nacen sin nada? ¿Son libres si no tienen ni para comer?.
John Rawls pensaba diferente. Decía que todos deberíamos tener las mismas oportunidades. Que la libertad no sirve si solo unos pocos pueden usarla. Imagina que diseñas una sociedad sin saber si vas a nacer rico o pobre. ¿Qué reglas pondrías?.
John Maynard Keynes no era filósofo, era economista, pero entendía algo clave: si el Estado no ayuda en tiempos difíciles, la libertad se vuelve una broma. ¿Cómo vas a ser libre si no tienes trabajo, ni casa, ni futuro?.
No se trata de elegir entre una libertad “buena” y una “mala”. Se trata de entender que la libertad es más que un grito. Es más que un eslogan. Es una responsabilidad. Gritar “¡Libertad!” sin pensar puede ser peligroso : defender solo la libertad negativa puede dejar a muchos atrás.
La verdadera libertad necesita equilibrio. Necesita conciencia. Necesita que te preguntes: ¿soy libre de verdad? ¿Y los demás?
Indalecio Prieto y el arte de pensar con matices.
Como una especie de colofón, cierro con éste texto la “trilogia” que he publicado sobre los liberales y la libertad (el primero como cuento veraniego ,el segundo con una intención pedagógica y éste tercero con un sentido casi autobiográfico). Y lo hago con una frase que, en mi opinión, resume una forma de pensar, una forma de sentirse, que algunos ven como debilidad cuando realmente está llena de fuerza y compromiso. Indalecio Prieto dijo: soy socialista a fuer que liberal, y yo la suscribo, por los motivos que voy a ir desarrollando.
En una época marcada por la polarización, donde los matices parecen haber sido desterrados del debate público, conviene rescatar voces que supieron pensar con complejidad. Una de ellas es, como ya he dicho, la de Indalecio Prieto, figura clave del socialismo español durante la Segunda República, que dejó para la historia una frase tan provocadora como reveladora: “soy socialista a fuer de liberal.”
¿Una contradicción? ¿Una concesión al adversario? Nada de eso. Prieto estaba formulando una síntesis política valiente, que hoy, casi un siglo después, sigue interpelando a la izquierda contemporánea.
La expresión “a fuer de” (arcaica pero precisa) significa “por ser” o “en virtud de ser”. Prieto no se disculpa por ser liberal; lo reivindica como el fundamento de su socialismo. Y no se refiere al liberalismo económico, sino al liberalismo político: el que defiende la libertad de expresión, el pluralismo, el Estado de derecho y el respeto a las minorías.
En los años treinta, mientras Europa se debatía entre fascismos y estalinismo, Prieto apostaba por un socialismo institucional, reformista y profundamente democrático. Frente a quienes veían en la revolución violenta el único camino hacia la justicia social, él defendía que la libertad era condición necesaria para la igualdad.
Hoy, cuando el discurso político se desliza hacia los extremos, la frase de Prieto adquiere una vigencia inquietante. En muchos espacios, se sigue planteando una falsa dicotomía: o libertad o igualdad. Como si defender los derechos individuales implicara renunciar a la justicia social, o como si luchar contra la pobreza exigiera sacrificar la democracia.
Prieto nos recuerda que la izquierda no puede permitirse despreciar la libertad, ni el liberalismo político que la sustenta. Porque sin libertad, la igualdad se convierte en imposición. Y sin justicia social, la libertad se vuelve privilegio.
La frase de Prieto es más que una declaración de principios. Es una invitación a pensar con matices, a construir una política que no se conforme con etiquetas ni dogmas. En tiempos de ruido y furia, esa actitud es revolucionaria.
La izquierda del siglo XXI necesita recuperar esa mirada. No basta con denunciar las injusticias del sistema; hay que hacerlo desde una ética democrática, que respete la pluralidad, la crítica y el disenso. El socialismo que desprecia la libertad acaba pareciéndose demasiado a aquello que dice combatir.
“Socialista a fuer de liberal” no es una paradoja. Es una síntesis valiente, una apuesta por una política que una lo mejor del liberalismo y del socialismo. En tiempos de simplificación ideológica, conviene recordar que la democracia se construye desde la tensión creativa entre libertad e igualdad, no desde su exclusión mutua.
Indalecio Prieto lo entendió antes que muchos. Y su voz, hoy más que nunca, merece ser escuchada.
Cuarto texto.
Democracia y libertad: entre la crítica legítima y la deslegitimación.
Vivimos en una democracia. Que, evidentemente, no es perfecta, como ninguna, pero sí real, funcional y abierta. Una democracia que permite la crítica, el disenso, la protesta y la participación ciudadana. Y sin embargo, cada vez con más frecuencia, escuchamos voces que aseguran que estamos bajo una especie de dictadura encubierta, que la libertad ha desaparecido, y que el gobierno actual —por el hecho de ser de coalición— representa una amenaza para el sistema democrático.
Lo curioso, y profundamente revelador, es que estas afirmaciones se hacen desde tribunas públicas, micrófonos institucionales y medios de comunicación masivos. Es decir, desde los mismos espacios que solo pueden existir en una democracia. ¿Cómo puede sostenerse el relato de la falta de libertad cuando quienes lo promueven lo hacen con total libertad, sin censura, sin persecución, y con amplio eco mediático?
Esta contradicción no es inocente. Forma parte de una estrategia política que busca deslegitimar al gobierno no desde el debate de ideas o la confrontación de modelos, sino desde la erosión de la confianza en las instituciones. Se pretende instalar la idea de que el poder está secuestrado, que las decisiones se toman al margen de la voluntad popular, y que la ciudadanía está siendo silenciada. Pero esa narrativa, más que una crítica legítima, es una forma de manipulación que busca sembrar miedo e inseguridad donde no la hay.
La democracia, como sistema, admite la crítica y permite la mejora. Es precisamente su imperfección lo que la hace valiosa: se construye día a día con el compromiso de todos. Pero confundir desacuerdo político con dictadura, o imperfección institucional con opresión, es una distorsión peligrosa. No se trata de negar los problemas (que los hay) sino de abordarlos con honestidad, sin caer en el alarmismo interesado.
La libertad no es solo poder hablar, sino también poder vivir sin miedo, participar sin coacción, y elegir sin presiones. Y eso, hoy por hoy, lo tenemos. Defender la democracia implica también desenmascarar los discursos que, bajo la apariencia de defensa de la libertad, buscan socavarla desde dentro.
La ciudadanía merece un debate político serio, respetuoso y centrado en propuestas. No en relatos apocalípticos que solo buscan dividir y desestabilizar. Porque si algo fortalece la democracia, es la responsabilidad de quienes la ejercen (desde el gobierno, la oposición y la sociedad civi) con madurez, respeto y compromiso.
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