EL "COMBUSTIBLE" DE LA ULTRADERECHA
El domingo 10 de agosto, El País ha publicado datos del CIS que confirman una tendencia inquietante: Vox lidera ya la intención de voto entre los desempleados, en la mitad de los grupos de asalariados más humildes y entre quienes se consideran pobres. Este partido, creado por los sectores más reaccionarios de la derecha contraria a los derechos civiles, sociales o laborales, está logrando penetrar en los estratos sociales más vulnerables, replicando el modelo de Marine Le Pen en Francia o Donald Trump en EE. UU.
¿Cómo explicar que quienes más sufren la precariedad abracen discursos cuyo objetivo es recortar aún más sus derechos? ¿Qué nostalgia es esa que idealiza un pasado donde la mujer no tenía voz y el trabajador era un esclavo que, eso si, podía irse de vacaciones a subir pueblo? En plena era digital, donde el conocimiento está al alcance de todos, la necedad —esa obstinada negación del saber— se ha convertido en uno de los motores del ascenso ultraderechista. Y cuando esa necedad se envuelve en banderas a las que se ha dado un significado excluyente, se vuelve, con perdón (o sin el), estupidez.
La ultraderecha no ofrece soluciones reales, pero sí relatos seductores. El "gran reemplazo", los "perdedores de la globalización", el "patriotismo económico" o la "defensa de la familia tradicional" son construcciones emocionales que apelan al miedo, al resentimiento y a la nostalgia. En lugar de analizar las causas estructurales de la precariedad (como la desregulación laboral, la financiarización de la economía o el debilitamiento del estado del bienestar) se señala al inmigrante, al feminismo, a las autonomías, o a cualquier colectivo que remueva o cuestione el orden conservador.
Lo que propone este tipo de nostalgia reaccionaria es volver a un pasado ficticio en el que todo estaba "en orden", aunque ese orden estuviera basado en la desigualdad, el autoritarismo y la exclusión.
La necedad es la principal arma de la ultraderecha: “piensa y cree en lo que yo te diga que pienses y creas”. Es enemiga del matiz, de la duda, del análisis. Es la exaltación de la certeza sin fundamento. Y en tiempos de hiperinformación, donde el acceso al conocimiento es más amplio que nunca, la necedad se convierte en una elección política. Se elige creer en bulos antes que en datos, en conspiraciones antes que en estudios, en eslóganes antes que en argumentos.
Este fenómeno no es casual. Las redes sociales y los medios de comunicación sensacionalistas han creado ecosistemas donde la emoción prima sobre la razón, y donde el pensamiento crítico es visto como elitista o sospechoso. En ese contexto, la ultraderecha se presenta como la voz del "pueblo", aunque su programa económico y social esté diseñado para desmantelar los derechos de ese mismo pueblo.
Lo más trágico es que muchos de los votantes de la ultraderecha lo hacen en contra de sus propios intereses. Apoyan partidos que quieren recortar la sanidad pública, eliminar subsidios, debilitar los sindicatos, privatizar servicios esenciales y criminalizar la protesta social. Lo hacen porque han sido convencidos de que el enemigo está en otro lado: en el inmigrante, en el feminismo, en el ecologismo, en la diversidad.
Este voto contra uno mismo es posible gracias a esa “orgullosa necedad” de la que se presume, eso si, bandera en mano. Pero cuando se desprecia la verdad el autoritarismo se cuela por la ventana, y esa “idílica propuesta” de patria puede volverse una realidad que someta a la gente ignorante, feliz de tener una bandera pero ignorante sobre su propia existencia miserable, y lo que es peor, sus culpables.
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