BENEDIT ANDERSON Y EL FETICHISMO DE LA PATRIA IMAGINADA (O IMAGINARIA

En tiempos de polarización política, el “patriotismo” (en adelante patrioterismo) de la derecha emerge como una fuerza emocional que pretende blindar la identidad nacional frente a cualquier cuestionamiento. Se trata de una exaltación acrítica de la patria, donde los símbolos, los mitos y los relatos del pasado se convierten en dogmas. Pero ¿qué nación se defiende cuando se invoca con tanta vehemencia? ¿Es acaso una realidad tangible o una construcción ideológica? Para intentar buscar una respuesta, volvamos nuestra mirada a Benedict Anderson y su obra fundamental, Comunidades imaginadas (1983).

Anderson sostiene que las naciones no son entidades naturales, sino comunidades políticas imaginadas por quienes se perciben como parte de ellas. Esta imaginación colectiva se forja a través de medios como el lenguaje, la prensa y la educación, que permiten a millones de personas sentirse conectadas, aunque jamás se conozcan. La nación, por consiguiente, es una ficción compartida, una narrativa que da un cierto sentido a la pertenencia.

El patrioterismo de la derecha, sin embargo, transforma esa ficción en fetiche. Se impone el relato de la nación como un ente sagrado, eterno e inmutable. Se glorifica un pasado idealizado, se canonizan héroes y tradiciones, y se rechaza cualquier pluralidad que amenace esa imagen homogénea. En nombre de la patria, se excluye, se censura y se reprime. Migrantes, disidencias, voces críticas: todos son amenazas al orden nacional.

Esta visión esencialista contradice abiertamente la tesis de Anderson. Si la nación es una construcción histórica, ¿por qué negarse a imaginarla de nuevo? El patrioterismo de la derecha se aferra a una versión congelada de la comunidad imaginada, una que no admite fisuras ni matices. Es una herramienta de control político, que justifica políticas autoritarias bajo el pretexto de preservar la "unidad nacional". Pero esa unidad es una ilusión peligrosa. Las naciones son, por definición, espacios de conflicto, de negociación, de diversidad. Pretender que existe una única forma legítima de ser parte de la comunidad nacional es negar la historia misma de la nación. Es convertir la imaginación en dogma, y el proyecto colectivo en trinchera ideológica.

Hoy más que nunca, necesitamos imaginar de nuevo. Reconocer que la nación no es una esencia, sino un relato en constante construcción. Que el patriotismo no debe ser una excusa para excluir, sino una invitación a dialogar. Porque si la comunidad es imaginada, que sea desde una imaginación abierta, plural y democrática.

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