¡Consume maldito, consume!
Que vivimos en una sociedad de
consumo, no creo que sea un descubrimiento para nadie. Pero, ¿Cómo influye ese
consumo de bienes y servicios en nuestra vida, necesitamos lo que consumimos o
consumimos porque lo necesitamos? Y no hablo de la subsistencia: consumimos
comida y agua porque es una necesidad vital, pero ¿tener el último modelo de
iPhone o tal marca de zapatillas, o tal coche, es una necesidad real o impuesta?
Desde una perspectiva crítica, el
concepto de sociedad de consumo, fue
desarrollado por muchos sociólogos, psicólogos sociales, filósofos, aunque a mí
la que me interesa es la perspectiva desarrollada por Jean Baudrillard, filósofo y sociólogo en la
década de los 70. Este pensador realizó una de las críticas más profundas a la
cultura contemporánea, que, pese al paso del tiempo, no es que no esté
desfasada, sino que es, en mi opinión, de plena actualidad.
M, Baudrillard analiza cómo el
consumo ha dejado de ser una necesidad para convertirse en un sistema de signos
que define nuestra identidad y relaciones sociales. Sostiene que el consumo no
es simplemente la adquisición de bienes, sino un acto simbólico que estructura
la sociedad moderna. En este sistema, los objetos no tienen valor por su
utilidad, sino por el significado que les asignamos. La publicidad y los medios
de comunicación refuerzan esta lógica, creando deseos artificiales y
promoviendo la idea de que la felicidad depende de la posesión de bienes.
Este enfoque se aleja de la visión
tradicional del consumo como una actividad económica y lo presenta como un
fenómeno cultural y psicológico que moldea nuestra percepción del mundo.
Uno de los aspectos que resulta más
inquietantes de la teoría sobre la sociedad de consumo de Baudrillart es la
manera en que todo se convierte en mercancía. Desde la moda hasta las
experiencias personales, cada aspecto de la vida es susceptible de ser
comercializado. Baudrillard argumenta que esta lógica genera una ilusión de
libertad, cuando en realidad estamos atrapados en un sistema que nos dicta e
impone qué desear y cómo comportarnos.
Baudrillard es pesimista respecto a
la posibilidad de escapar de la sociedad de consumo. Para él, el sistema es tan
omnipresente que incluso las críticas al consumo terminan siendo absorbidas y
comercializadas. Sin embargo, su obra invita a una reflexión profunda sobre la
manera en que el consumo define nuestra existencia y nos desafía a buscar
formas de resistencia.
El filósofo también hablaba de la
“simulación”, donde los signos reemplazan la realidad. Hoy en día, el consumo
digital es un ejemplo claro de cómo los objetos han perdido su materialidad y
se han convertido en símbolos de estatus, o en cómo nos vemos y nos ven otros
en una sociedad donde la apariencia significa más que lo que realmente podamos
ser.
La cuestión es, ¿Nos hemos parado a
pensar en que nuestra vida, en la que aparentemente hemos elegido el qué y el
cómo, está dirigida por un conglomerado de intereses que imponen su hegemonía
en el pensamiento de la gente haciéndoles sentir libres cuando realmente somos
esclavos?.
La única salida es dejar de ser una
sociedad de necios y aprender, informarse y formarse para ser realmente libres,
aunque no tengamos ese iPhone, esas zapatillas o ese coche. Ser críticos, no
porque nos digan cómo y contra quién serlo, sino por nuestro convencimiento,
fruto de una reflexión y no de discursos aprendidos elaborados por otros para hacernos sentir
parte de ese rebaño al que quieren dirigir y controlar.
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