La paradoja de la clase trabajadora y la extrema derecha.

En las últimas décadas estamos siendo testigos de un fenómeno que, al menos a mi me preocupa (no me desconcierta, dado que se repite la historia en la que los poderosos controlan a los humildes a través del relato basado en pasados idealizados ante el desconcierto que pudiera sentir una parte de la sociedad) y que por la ingente cantidad de estudios y análisis, también lo hace a analistas políticos y sociólogos: el creciente apoyo de amplios sectores de la clase trabajadora a movimientos y partidos de extrema derecha. La narrativa tradicional de la política de clases es cuestionada, principalmente por una parte de la clase histórica, social y económicamente más oprimida: la clase trabajadora. Pero éste aparente cambio de paradigna debe plantearnos, no una reacción airada (que no es más que gasolina para los incendiarios ultras) sino una reflexión que nos lleve a respuestas a esas preguntas que debemos formularnos sobre las nuevas dinámicas sociales, económicas y culturales en nuestra sociedad.

Históricamente, la clase trabajadora ha sido el sujeto principal de los movimientos progresistas y de izquierda, luchando por derechos laborales, justicia social y equidad económica. Sin embargo, factores como la globalización, la automatización y la precarización laboral han erosionado la seguridad económica de muchos trabajadores. En este contexto, la extrema derecha ha sabido capitalizar el descontento, ofreciendo narrativas simplistas que culpan a la inmigración, las élites globales y los cambios culturales de todos sus males.

Además, el uso estratégico de las redes sociales ha permitido a estos movimientos amplificar sus mensajes, apelando a emociones como el miedo y la nostalgia por un pasado convenientemente manipulado e idealizado para sustituir, el sentido crítico, por el de pertenencia.

Sin embargo, es crucial analizar este fenómeno con matices e, insisto, no caer en el meme fácil ni la respuesta burda. No todos los trabajadores que apoyan a la extrema derecha lo hacen por convicción ideológica; muchos ven en estos movimientos una forma de protesta contra un sistema que perciben como injusto y excluyente. El desafío para las fuerzas progresistas radica en reconectar con estos sectores, ofreciendo soluciones concretas a sus problemas y construyendo una narrativa inclusiva que aborde tanto sus preocupaciones económicas como culturales. 

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