LA URGENCIA DE BUSCARSE Y LA NECESIDAD DE ENCONTRARSE.
Aunque pudiera parecer irrelevante, el debate en torno a la gestión de los que, si nada lo remedia, se convertirá en el primer club privado en suelo e instalaciones públicas ( la piscina), tiene su aquel. Los partidos políticos se posicionaron apelando a un loable pragmatismo sobre un problema al que le han salido telarañas, aunque no por eso ha perdido importancia. Y no sólo por la responsabilidad que todos (o casi todos) tendrían que asumir de forma más o menos explícita al haber mantenido una instalación pública en estado latente pese a estar preparada para su uso, sino por la necesidad de establecer las líneas diferenciadoras que sustentan definitivamente la elección de una ciudadanía cada vez más confusa.
El debate sobre la gestión de los servicios públicos, sobre todo aquellos susceptibles de ser gestionados de forma indirecta, está sobre la mesa hace años y nadie ha querido abordarlo. Es una cuestión llena de aristas.
Una parte de la izquierda municipal se ha venido sirviendo del discurso retrógrado de acusar de “soviético” cualquier intento de que la administración municipal gestionase, directa o de forma mixta, determinados servicios, aceptando sumisamente y como única salida una gestión conservadora. Sobre la piscina, hay que seguir recordando que los que pusieron sobre la mesa, de forma unidimensional, la forma y fondo de una gestión privada y (por qué no decirlo, casi exclusivista) fue la coalición compuesta por Compromís, PSOE y Podemos ( en aquellos tiempos bajo el paraguas del PDC). No buscaron lo que ahora pregonan, sino que se limitaron a proteger el paradigma de “mejor lo privado que lo público”, que es la base de los principios defendidos con vehemencia por la derecha gobernante. Todo estaba bien atado, y las urnas les ofrecieron a los partidos de izquierdas una posibilidad de redención que solo han aceptado de forma retórica y sin mucha convicción.
La ideología de la decisión está clara, pues de forma rotunda desecha cualquier posibilidad de debate, no sólo sobre otras posibilidades de gestión suficientemente contrastadas, sino incluso sobre medidas temporales que paliasen el mal que se ha estado infligiendo a la ciudadanía, todo hay que decirlo, con su silencio y, por consiguiente, beneplácito. Y esa ideología, en la derecha, tiene todo el sentido, pero no así en la izquierda que, por principios, debe ser revisionista de sus propios postulados en beneficio de los altos fines que dice buscar. Buscando, analizando y experimentando.
Que Ciudadanos haya reconsiderado sin explicación alguna que su propuesta de gestión mixta no era la adecuada y haya comprado la privatización como solución no sorprende mucho pues, su debilidad estructural la hace propensa a cambios de éste tipo en beneficio de su propio estatus. Que el otro socio haya renunciado a su “bolchevismo” ( proponía la creación de un patronato o fundación pública) tampoco es algo que nos deba sorprender. Pero que la izquierda no haya reconsiderado más que de forma tímida y timorata la gestión de un servicio que podría ser considerado de salud pública, no deja de sorprenderme. Únicamente Podemos ha reconsiderado la gestión de sus antecesores.
Creo que cada día hay más motivos para que los que se reclaman de izquierdas se sometan a un examen profundo, pues la sumisión ante los postulados de la derecha podría dejar al electorado progresista sin recursos para seguir justificando su voto más allá del puro simbolismo que, siendo importante, no es suficiente para convertir a la izquierda en una opción de gobierno.
Como decía, el debate está abierto y es importante que la ciudadanía pueda ver más allá del humo que el fuego del pseudo pragmatismo neoliberal levanta. Es necesario que el ciudadano, soberano en su elección, pueda discernir las verdaderas diferencias de una gestión y otra. De lo contrario la idea de que todos son lo mismo seguirá calando por la piel de un electorado cada día más desencantado y potencial presa de populismos y pragmatismos egoístas.
Lo verdaderamente desalentador es que, todavía, a día de hoy, cualquier petición de reflexión hecha desde la discrepancia sea entendida como una agresión pero, ¿a qué?, ¿al estatus quo de algunos y algunas?. Confío en que el espíritu crítico, que ha sido la cualidad definitoria de la izquierda desde siempre, empiece a ganar terreno frente al seguidismo y el culto a la personalidad que hoy por hoy impera en algunas organizaciones que, siendo de izquierdas, con su actuación demuestran no saber que significa eso como proyecto colectivo.
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