¿ES LA IDEOLOGÍA (IMBÉCIL)?
En la campaña presidencial de 1993, Bill Clinton le dijo públicamente a a Bush padre la célebre frase de: ¡ es la economía imbécil!. Parafraseándole, y sin ánimo alguno de insultar a nadie, podría haber titulado éste texto de opinión como, ¡es ideología, imbécil!.
Las decisiones que los políticos toman, y las que no, tienen un contenido político evidente, pero paralelamente otro ideológico no tan explícito. Que los gobiernos tienen dos caras, es una evidencia .Porque, siendo fruto de un proceso democrático donde la ciudadanía vota a un partido político, un candidato o candidata y un programa político, el producto es un gobierno que debe hacerse cargo de la gestión de un aparato burocrático: la administración municipal. Y ésta relación no ha sido (ni es) sencilla, estando sembrada de claro oscuros y tensiones.
La administración municipal salió de la dictadura en una situación catatónica: sin medios económicos y con unos recursos humanos mínimos. La llegada de la democracia, con una legislación propia para los municipios, la mejora en la financiación a través de tasas e impuestos municipales y transferencias de administraciones supramunicipales, propició un crecimiento exponencial de los recursos en todos los aspectos. Se incrementó la plantilla municipal y se inició la construcción de una administración burocrática acorde con los nuevos tiempos.
Pero el paso de diferentes gobiernos no supuso una mejora cualitativa de la estructura burocrática: una organización lo suficientemente flexible con capacidad de adaptación al entorno, al contexto en el que tenía que prestar sus servicios. Las políticas de recursos humanos se limitaron a “tunear” la estructura, quedándose en la capa superficial ( la administración es, metafóricamente, como una cebolla o una matryoshka rusa compuesta de diferentes capas).
El modelo burocrático clásico sobre el que se reconstruyó la administración municipal fue sustituido por un “batiburrillo” difícilmente operativo como se ha podido comprobar con el paso del tiempo.
¿Modelos de administración?. Si, la administración ha sido construida en función, básicamente, de dos modelos: el burocrático clásico y el gerencial. Evidentemente éstos modelos no son más que tipos ideales, pues la realidad es que lo que se da ( y lo que realmente es operativo) es un modelo transversal entre ambos. Un modelo que, basado en una estructura de normas claras, con una organización jerárquica definida, fuese añadiendo instrumentos que la hiciesen más eficaz, eficiente y democrática en su cometido.
Si sometemos a la estructura municipal a un análisis superficial vemos que, aunque se utilizan ( nominativa u operativamente) instrumentos de ambos modelos, lo cierto es que, al menos en lo que se refiere a la organización burocrática garantista, nuestra administración hace aguas. Respecto al carácter gerencial, decir que ha sido utilizado de manera ideológica excluyente (impuesta a través de mayorías absolutas y obviando la pluralidad y diversidad de la representación municipal prácticamente desde la recuperación de la democracia): la gestión a través de privatizaciones y externalizaciones se ha impuesto. Quizá no abordar políticas claras sobre la organización municipal también sea una apuesta ideológica: debilitar intencionadamente las estructuras municipales para forzar la externalización de servicios.
Pero lo cierto es que los departamentos y áreas municipales se encuentran en una situación de debilidad que no permite una evaluación concreta más allá de constatar la carencia de medios. ¿Es ese el motivo de la externalización de servicios de todo tipo, es una “realidad construida ex profeso”?.No debemos olvidar que el paradigma gerencial se basa en un modelo claramente ideológico ( la Nueva Gestión Pública es un modelo neoliberal claro y clásico) implantado en la década de los noventa, cuyo eje era ( y es) que los servicios son más eficientes y eficaces si son prestados directamente por el sector privado. Y ésta afirmación no se confirma ni corrobora con datos, sino con opiniones, impresiones y, finalmente, con decisiones que olvidan ( ideológicamente también) que la democracia es contingente y, por consiguiente, sujeta a periodos y cambios. Una ideología que se convierte en excluyente, pues pese al discurso recurrente de diálogo y consenso lo que se da es el recurso de la imposición de las mayorías absolutas (en éste aspecto ya he señalado en diferentes ocasiones, la necesidad de incorporar al debate municipal la figura de la mayoría cualificada para los acuerdos de la suficiente relevancia económica y social que condicionen más allá de un mandato. Pero esto, al ser una opinión personal recurrente, no tiene mayor recorrido).
Se olvida o se obvia intencionadamente que existen alternativas con una eficacia y eficiencia contrastada; se olvida o se obvia ( en una apuesta claramente ideológica excluyente) que los servicios públicos deben garantizar, no sólo la equidad en su prestación, sino su impacto positivo más allá de su carácter finalista. Y en los tiempos que vivimos, con una trinchera generacional evidente y la consolidación de la unidirecionalidad de la economía local, ¿porqué no explorar nuevas fuentes de empleo relacionadas con la prestación de servicios a la ciudadanía?. La respuesta es sencilla: por una cuestión ideológica excluyente.
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