Ni dios, ni patria, ni rey. La extrema derecha española ha mutado. Ya no se arropa en los símbolos tradicionales del conservadurismo rancio; ahora se disfraza de modernidad, de libertad sin reglas, de anarcoliberalismo trumpista. Ha abandonado el púlpito, la bandera y la corona para abrazar el algoritmo, el bulo y el tuit incendiario. Lo que antes era cruzada, ahora es clickbait. La Iglesia, antaño aliada incondicional, les ha reprendido por sus discursos racistas y xenófobos. El monarca, en un gesto insólito, ha denunciado en la ONU la masacre sionista en Gaza, dejando a los ultras sin su último bastión simbólico. ¿Y la patria? La patria es la suya: la de los privilegios, la de los apellidos compuestos, la del “vivan las cadenas” que sus seguidores corean sin entender que les quieren encadenados y amordazados. España se ha convertido en un cortijo. Un país donde los señoritos han convencido a los jornaleros digitales de que la democracia es un estorbo, que los derechos son caprichos y...
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