LAS DIFERENCIAS, IMPORTAN.
Ejercer
un cargo público conlleva una serie de responsabilidades.
Evidentemente, se presupone la lealtad para con la institución a la
que pertenece y para la que ha sido elegido ( insisto: elegido) por
la ciudadanía en las urnas. Pero, ¿esa ciudadanía espera sentirse
representada?, ¿en función de qué?. Esta cuestión es, en los
tiempos de “desafección” que corren respecto a la actividad
política, central.
Las
elecciones son el mecanismo central de la democracia. En el caso del
Ayuntamiento, son el momento en el que la ciudadanía se inviste de
soberanía para designar, en función de variados factores, a las
personas que van a representarles durante la duración del mandato
municipal. Y entre esos factores, están los partidistas ( afinidad a
una etiqueta política o electoral), los personales ( adhesión a la
figura de un candidato o candidata) y los programáticos. Este último
punto es uno de los aspectos más criticados por la “desafecta”
ciudadanía, pues considera que los programas son meros trámites a
cumplir para presentarse a las elecciones con un cierto empaque
político. Pero los programas y, lo que es más importante, los
principios que inspiran las propuestas, son ese fondo que para muchos
representantes supone únicamente un trámite; un protocolo necesario
pero no vinculante.
Nuestro
sistema democrático se basa en el mandato representativo, por lo que
las variaciones programáticas son, además de habituales ( en
función de las variaciones del contexto) necesarias en una sociedad
tan compleja y cambiante como en la que vivimos. Pero, como decía
“Manquiña” en esa gran pelicula de Juanma Bajo Ulloa ( Airbag):
el concepto es el concepto. Y el concepto, insisto, son esos
principios que, pudiendo modularse, deben servir de guía para
cualquier cargo público que se precie de serlo, más allá del
estatus social y económico que conlleva el ejercicio.
¿Porqué
digo todo esto?. Sencillamente porque la realidad es que a los
partidos políticos parece que les supera la gestión, asumiendo
postulados que, en principio, contradicen los valores y principios
que inspiraron su comparecencia electoral. Y como muestra un botón:
el voto afirmativo del PSOE a la externalización de la Poda, sumado
a su apoyo inequivoco durante la pasada legislatura a la frustrada
privatización de la gestión de la piscina, situa al principal
partido progresista en un plano, digamos, muy plano.
La
oposición no se basa en la aceptación sin más de los postulados
del gobierno de turno, sino en la presentación de alternativas
viables que no sólo permitan visualizar al electorado que, ni todos
son iguales, y que no todos quieren lo mismo, pues este es otro de
los males de la política: la despolitización como paradigma de la
buena gestión. Y en una democracia, donde los partidos representan
visiones diferentes del qué hacer y cómo hacerlo, no sólo confunde
a la ciudadanía, sino que transmite la penosa imagen de que no hay
diferencias entre derecha e izquierda. Y si las hay.
Apelar
a la responsabilidad institucional o a ese eufemismo del “interés
general”, es la alternativa de escape para los partidos que viven,
no para cambiar y mejorar la vida de la gente, sino como mera
comparsa del neoliberalismo. Y en el caso que nos ocupa, del
neoliberalismo radical que representa el gobierno de derechas y
extrema derechas.
De
nada sirven discursos retóricos si en la práctica ( como es el
caso) se coincide o acepta (sin plantear alternativas) lo que un
gobierno plantea, máxime cuando sobre sus hombros recae la
responsabilidad de querer privatizar servicios, manteniendo al mismo
tiempo un galimatias burocrático dificilmente solucionable.
Espero
que el PSOE, si todavía le queda un ápice de responsabilidad para
con sus sufridos votantes, abandone el cómodo seguidismo que, aunque
adornado ( insisto) de retórica de izquierdas, acepta que la única
vía para prestar servicios es ponerlos directamente en manos
privadas, sin calentarse la cabeza un momento en proponer otras vías,
que las hay, no lo duden.
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