¿OPTIMISMO IRREAL?


Entiendo que el mensaje tiene que ser positivo; de optimismo ante la crítica situación que estamos atravesando y en la que la incertidumbre requiere de optimismo para no caer en una depresión social mayor que la que sin duda se nos avecina. Pero vais a perdonarme que adopte un poco un tono de sermoneador y que discrepe del civismo que los representantes públicos ponen en valor, más como un mantra colectivo que como una realidad. La realidad es que nuestro comportamiento dista mucho de ser cívico, y tras mis primeras experiencias en la fase uno del desconfinamiento ( de la “desescalada”), me embarga un pesimismo social importante. Mi conclusión es que la cultura cívica, yendo por barrios, y sin ánimo de ser injusto generalizando, es claramente minoritaria.
La fase uno de la famosa pirámide de Maslow la cumplimos por pura supervivencia. Pero de ahí a seguir ascendiendo en esa teórica pirámide sobre la motivación humana, hay un abismo.
Y siguiendo con ese recurso teórico, el segundo nivel, el de la seguridad física, nos parece ya una nimiedad, eso si, el nivel tres ( el afecto y el sentido de pertenencia) seguimos reivindicándolo con aplausos todos los días a las ocho.
Tras dos días, lo que he podido observar es gente necesitada de salir a la calle, de recuperar, aunque sea por unas horas la normalidad. Pero para muchos es ya una nueva normalidad, porque se ha sustituido, de momento, la terraza del bar por el paseo. Para otros, esa normalidad pasa por la practica deportiva, pero tanto en un caso como en otro la norma mínima que parecía ser aceptada por todos sin necesidad que se nos obligase, no se cumple. Insisto, hablo como observador.
El uso de la mascarilla, que tantas protestas suscitó por la carencia de éste elemento aparentemente imprescindible, se ha convertido en algo voluntario e incluso molesto según para que. Por ejemplo. Salgo a correr, y no llevo mascarilla. Pero me cruzo con gente y la exhalación podría suponer un riesgo que no tiene relevancia frente a la comodidad de no llevarla. Otros: salgo a pasear y me cruzo con cientos de personas sin mascarilla y que en las aceras, en vez de aplicar la norma de la dirección ( vamos, como en la circulación vial), nos cruzamos a escasos centímetros y, además, sin mascarilla. No quiero ser asquerosamente exigente, pero lo que personalmente creo es que, en caso de que las normas dejen de aplicarse; en caso de que las limitaciones se reviertan, la libertad tan reivindicada se convertirá de forma inmediata en un “porque yo lo valgo”, algo que, si no somos capaces de evitarlo, nos llevará irremediablemente a un rebrote epidémico de magnitudes, como mínimo, idénticas al inicio de éste tan duro período que hemos superado. Y eso, parece que sólo lo “desean” ( por interés puramente instrumental) unos pero, ¿es lo que queremos?.
Otra cuestión que también he visto es la contradicción en el cumplimiento de algunas otras normas. Por un lado, cumplo la norma de la mascarilla para proteger y protegerme, pero por otro, como soy usuario de la bicicleta, un algo que no se sabe muy bien, sigue eximiéndome de cumplir las normas de tráfico. ¿Una contradicción?. No, es lo que viene a ser la “normalidad de antes”.
Mi conclusión personal es que el civismo, valor que tanto se ha puesto en valor y por el que tanto se ha criticado y se critica a los que se han considerados “desviados” de esas normas, empieza a “desconfinarse” para volver al individualismo; a ese mismo individualismo que nos lleva a pensar que mi libertad es lo más importante sin importarnos un bledo la libertad de los demás.
Personalmente parto de la premisa de que cualquier norma, pudiendo considerarla absurda o incluso contradictoria e injusta en muchas ocasiones, se implementa para propiciar la convivencia, por lo que su cumplimiento ( en la medida de lo posible y con las puntuales excepciones que todos tenemos, claro) es un deber cívico y no sólo una obligación sujeta al riesgo de una posible sanción. Y de ahí, desde esta premisa, planteo la reflexión sobre el uso generalizado de mascarilla y la distancia social: no es una imposición, es una obligación cívica.
Insisto, perdonadme el tono de sermón. No me tengo por el paradigma del civismo; ni por cumplir estrictamente las normas siempre y en todas las condiciones. Pero me tengo por una persona con un alto grado de empatía, y esto me lleva a preguntarme en ocasiones como las que os he expuesto, si lo que ocurre es normal y el anormal simplemente soy yo. Ya os digo que el distanciamiento social no me van a suponer un problema, excepto para con mi familia, porque con el resto, siempre he sido muy respetuoso con eso que ahora parece volver a ser tan poco importante: el respeto por el espacio vital

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Narcisismo y deslealtad política en El Campello

Como tirarse a la piscina sin saber si hay agua.

España, cortijo de señoritos: del autoritarismo cool al neoliberalismo sin alma