EL PARLAMENTO, IMPORTA.
Los titulares de diversos
medios de comunicación se hacen eco de las “disculpas” del
gobierno por la gestión política realizada. Se reflexiona sobre la
necesidad de unidad y se entona un cierto “mea culpa” por no
haber sido más permeables y más abiertos hacia otros grupos
políticos. El anuncio del PNV de la retirada del apoyo al gobierno,
junto a las criticas recibidas por no haber informado a la oposición
de las medidas que se iban a implementar, ha llevado al gobierno a
darse cuenta de algo que, pese a ser evidente, no parece haberlo sido
tanto en el proceso de implementación de las medidas (urgentes que
la crisis sanitaria requería y requiere) , a pesar que esas tienen
que pasar por el parlamento en menos de un mes.
Creo que la
rectificación de la coalición de gobierno no puede ser una excusa,
ni una estrategia de dilación, para en los próximos días volver a
dar una imagen irreal: que el gobierno puede gobernar sin contar con
la realidad parlamentaria. Y cuando digo gobernar, no me refiero a la
cotidianidad habitual, sino a la toma de decisiones de calado como
son las que se debían y se están tomando en el marco de la peor
crisis que ha sufrido nuestra democracia.
Es una cuestión de
legitimidad. Y, por supuesto que el gobierno tiene la legitimidad que
le dieron las urnas y el parlamento, pero es limitada, dado el
escenario de fraccionamiento político y polarización social. Pero
esa legitimidad de origen, sin una mayoría parlamentaria que la
reafirme en el proceso, junto al tensionamiento institucional y
social, resta calidad a nuestra democracia, máxime (insisto) en
momentos en los que la unidad política debería ser el paradigma
sobre el que construir el “día después” para una salida social
lo más cohesionada posible de la dramática situación que
atravesamos.
Evidentemente venimos de
la negación de esa legitimidad de origen por parte de una coalición
de facto formada por los grupos políticos de la derecha
parlamentaria, y esto es un problema que vamos a ir arrastrando,
máxime si el populismo de extrema derecha tiene voz y voto en
determinados gobiernos, pues principalmente es éste partido político
el que tensiona, no sólo el sistema (al que abiertamente se opone),
sino al principal partido de la oposición, que ha virado hacia
posiciones radicales abandonando su papel de estabilizador
institucional. Pero ésto no es suficiente motivo para que el
gobierno de coalición en minoría olvide que el sustento recibido
por partidos igualmente antisistema ( ERC) no puede ser suficiente
para desarrollar una acción de gobierno legítima. Y cuando digo
legitima, quiero referirme a la legitimidad social mayoritaria.
El concepto tiene
diferentes enfoques. Desde que la legitimidad únicamente está
sujeta al cumplimiento de la legalidad, hasta la que considera que el
“reconocimiento de la deliberación
democrática” es
requisito necesario para una acción verdaderamente democrática”,
o el reconocimiento del parlamentarismo representativo como expresión
de la voluntad ciudadana. Y lo cierto es que, siendo éste un momento
dramático para nuestra ya tensa sociedad, la acción de gobierno ha
dado argumentos a una oposición que (igualmente legítima) exige su
cuota política. La transparencia del gobierno, en un ejercicio muy
positivo de comunicación institucional, no ha estado apoyada en la
búsqueda de los necesarios apoyos parlamentarios, que aunque
lógicamente críticos, transmitiese a la sociedad que la unidad (en
la pluralidad) es posible.
No es posible vivir del
recuerdo de anteriores situaciones de crisis pues, ni el contexto
político ni el social es el mismo. El gobierno tenía y tiene la
obligación de desarrollar su actuación bajo la premisa del diálogo,
pero no unicamente con sus socios, sino con otras formaciones
políticas que, siendo adversarias electoral (e ideológicamente),
tienen la cuota de legitimidad que las urnas le han concedido.
Si la petición de
disculpas por parte del gobierno son un propósito de rectificación,
los partidos que forman parte del gobierno, además de buscar el
apoyo parlamentario para su acción política, tienen la obligación
de suavizar en lo posible la crispación social pues, insisto, no es
el momento, ni político ni social de contrastar los diferentes tipos
de legitimidad en función del estatus institucional, sino que es una
prioridad social potenciar la eficacia de nuestro sistema
democrático.
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