RIESGOS Y COHERENCIAS
Se puede caer en la
comodidad de considerar que nuestro sistema democrático está lo
suficientemente consolidado, que los procesos están plenamente
legitimados y, por lo tanto, el rendimiento de los procedimientos y
reglas es el adecuado. Pero en momentos de crisis, como el que
estamos viviendo, surgen voces que cuestionan esas aparentes
certezas.
Hace unos días, el
politólogo Pablo Simón publicaba un oportuno artículo en el diario
El País en el que planteaba éstas cuestiones: las aparentes
certezas de una sociedad que, declarándose “demócrata”, presta
oídos a los vehementes argumentos que piden mayor severidad y
autoridad en la toma de decisiones. El ejemplo de China es utilizado
como prueba de eficacia y eficiencia, pero el contexto político y
social del régimen chino es, como parece evidente, sustancialmente
diferente al nuestro.
La democracia no está a
salvo de riesgos, y uno evidente es ese cuestionamiento de la
legitimidad que, fruto de la polarización política ha calado
igualmente en la sociedad, utilizando cualquier argumento para
“dañar”, sin más objetivo que socavar la confianza en nuestro
sistema político.
El análisis racional y
responsable de las situaciones extremas es sustituido por ejercicios
que pueden calificarse de populismo político. Se busca poner en
evidencia, no al adversario , sino al enemigo, desde una actitud que
pudiendo parecer sólo crítica, es frentista en un contexto de
crisis social y económica como el que vivimos, intentando
aprovecharlo para sacar rédito político.
El tacticismo
electoralista se superpone a la deseable (como decía, en esas
situaciones extremas) lealtad democrática. No hacia un gobierno,
sino hacia el propio sistema que se dice defender. Y ésto no es un
síntoma ni un signo de debilidad, ni de concesión, y ni mucho menos
de “bajada” de nada ante el gobierno. Simplemente es un ejercicio
de responsabilidad que no conlleva renuncia alguna ni a ideas ni a
planteamientos políticos: sólo responsabilidad.
Todo esto, como decía,
no significa que en esas situaciones deba imponerse un “trágala”,
pues habrán momento y oportunidad de analizar, evaluar y exigir las
responsabilidades que, como es el caso, los criterios técnicos
aconsejen. La democracia se fundamenta también en ésto: rendición
de cuentas. Y el gobierno, pero también la oposición, deberá
rendirlas ante una sociedad que merece y necesita más respuestas y
seguridades y menos retórica partidista interesada en quebrar la
cohesión.
China no es el referente
de procedimientos democráticos, por lo que la eficacia y eficiencia
de las medidas de contención que el régimen chino ha adoptado,
difícilmente tendrían encaje en una sociedad de libertades y
derechos civiles como la nuestra, donde la pluralidad social y
política debe buscar y lograr un complejo equilibrio. La unidad de
acción no beneficia al gobierno actual, sino a nuestra democracia,
cuya legitimidad, pese a ser cuestionada de forma vergonzosa por
algunos de los que dicen defenderla, es plena. Lo contrario es, no un
ejercicio de discrepancia, sino alimento para los y las que defienden
ese perverso argumento de “mano dura”. El populismo es una seria
amenaza, venga de la derecha o la izquierda, pues llama a cuestionar
los cimientos de nuestro sistema político. Y éste populismo,
expresado de forma pública como si se tratase de un argumento
válido, no puede ser absorbido sin más, sin tamizar su contenido.
Pero oportunidades tendremos de analizar, con la distancia necesaria
y en una situación más propicia, qué se ha dicho y porqué.
En lo que como pueblo
nos toca, creo que el ejemplo que se ha dado de coherencia,( sólo
roto en ocasiones puntuales por ciertas salidas de tono en la línea
de esa actitud que antes señalaba como efecto de la polarización
trasmitida a través de las redes sociales, por ejemplo), creo que ha
sido la deseable y exigible como imagen de cohesión local.
Evidentemente se podría criticar que esta o aquella medida a llegado
a destiempo pero, ni es el momento, ni cabe, pues lejos de acusar de
improvisación, lo que se ha hecho, al igual que en el Estado, ha
sido actuar desde la incertidumbre, por lo que los aciertos o errores
no pueden servir como arma arrojadiza.
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