LAS FRONTERAS EUROPEAS
El acuerdo de Schenguen
(Luxemburgo 1985) que se pone en vigor en 1995 supuso un paso hacia
una ciudadanía Europea común. Pero parece evidente que la supresión
de fronteras territoriales no supuso la supresión de fronteras
culturales.
La construcción Europea
ha sido asimétrica, tanto en lo económico como en lo social. Han
existido dos tendencias en la política Europea, prácticamente desde
el primer momento: la lógica del mercado, que penaliza a los Estados
que no persiguen o cumplen la ortodoxia económica dictada,
principalmente desde Berlín, y la lógica social, de profundización
de los beneficios sociales de la Sociedad del Bienestar, por otro
lado construida en Europa centra de forma más sólida que en los
países del sur y con diferentes características ( es necesario
tener en cuenta que algunos de los países del sur mantuvieron
regímenes totalitarios hasta la década de los 70: España, Portugal
o Grecia).
Pero la lógica social
ha sido, principalmente, una reivindicación de la izquierda o de una
parte de la izquierda, pues la gran mayoría de partidos
socialdemócratas, firmemente europeistas, cedieron el protagonismo
político a la derecha neoliberal, no sólo aceptando, sino asumiendo
la lógica unilateral del mercado frente a la necesaria combinación
socio económica.
Pero la frontera
económica (que intentó paliarse en parte a través de Fondos de
cohesión) no fue ni parece ser la única: existe una frontera
cultural que divide Europa en dos partes. Ya en la crisis económica
de 2008 ,el termino PIGS
fue un desafortunado acrónimo peyorativo en inglés con el que
medios financieros anglosajones se referían al grupo de países de
la Unión Europea conformado por Portugal, Italia, Grecia y España.
Pero significaba más que un desafortunado término: daba significado
a la existencia de dos Europas.
En
1905, Max Weber, en su obra “La ética protestante y el espíritu
del capitalismo” planteaba que, la fortaleza de la economía en su
Prusia natal, se fundamentaba en la ética del trabajo protestante al
promulgar éste el trabajo duro como “deber de fe”, marcando las
diferencias con los países católicos, fundamentalmente del sur de
Europa. Pero ésta teoría sociológica expresaba algo más que una frontera económica: constituía y constituye una frontera cultural
que, en mi opinión, ha condicionado la construcción de la Unión
Europea en su vertiente social.
En
la actual situación de crisis sanitaria, pone de relieve que la
construcción de ese deseado y deseable Estado Federal de Europa ha
sido beneficioso para el mercado, pero quizá no tanto para la
sociedad civil. La cesión de soberanía económica no ha venido
acompañada por políticas que igualasen a la ciudadanía Europea en
derechos sociales, y en éstos momentos la ausencia de órganos de
decisión unitarios, propicia incluso que cada país de la Unión se
busque la vida como considere y adopte las medidas que crea oportunas
en un ejercicio de soberanía que, respecto a un problema global,
parecen, no sólo incomprensibles sino incluso ridículas y
anacrónicas en una Europa unida en un sistema globalizado no sólo
en lo económico.
Si
a lo largo de ésta crisis, no se toman más medidas que las de
carácter económico, la construcción europea habrá caído
definitivamente en una utopía únicamente concretada en lo
financiero, y las fronteras culturales se convertirían en un
impedimento para la profundización de esos Estados Unidos de Europa
anhelados, desde por Victor Hugo a León Trostky. Y la ciudadanía
europea seguirá teniendo el sentimiento de pertenecer sólo a un
club cuyo eje es únicamente el mercado pero no las personas, al
menos, la ciudadanía de nuestro país.
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