ES LA GLOBALIZACIÓN, ¡ESTÚPIDO!.



En primer lugar, pedir disculpas por el aparente exabrupto (que parafrasea la que se popularizó en la campaña de las presidenciales Bill Clinton en la década de los 90 del pasado siglo), pero he creído que es una frase que resume el principal argumento de mi reflexión: la política ceñida a visiones territoriales propia del Estado-Nación supone una visión excesivamente parcial y desajustada en el contexto de la globalición o internacionalización de las relaciones sociales, económicas, y también políticas.
Es necesario reconsiderar las posiciones respecto a problemas y situaciones que, ni afectan unilateralmente , ni tienen una solución o mejora unica por parte de un solo país. Y es necesario, porque la realidad en la que vivimos no es la de hace cuarenta años atrás, sino otra muy diferente.
Como ya he expresado en otras ocasiones, creo que el clima de polarización política y social impide que los razonamientos y argumentos penetren en la sociedad y provoquen una deliberación. Lo que ocurre es que las posiciones extremas se retroalimentan con sus propios argumentos, aunque ni tengan relación ni concreción más allá de las propias creencias. El adversario se torna enemigo y el combate discursivo niega incluso la veracidad de hechos contrastados y demostrados. Y dicho ésto, es interesante, porque pedagógicamente creo que es necesario, establecer un mínimo marco para entender de dónde venimos para así poder entender dónde estamos. 
Desde la década de los 70 del pasado siglo las presiones sobre los Estado-nación por parte de unos mercados financieros cada día más centrales en la economía mundial, han provocado cambios relevantes, por ejemplo en las funciones esenciales que los Estados-Nación tenían. Un ejemplo de esas funciones es el uso legítimo de la fuerza y la soberanía, que se vio afectada por diferentes factores: tratados internacionales, pertenencia a instituciones supranacionales, etc. Ya no se rinde cuentas solo ante la ciudadanía propia, sino que esas instituciones supranacionales, los mercados financieros y los diferentes tratados plantean un claro conflicto con el principio de legitimidad. Nuestro sistema político,interconectado a otros, propicia que el papel que jugaban los Estados sobre el grado de apertura al exterior se haya relativizado a causa de la movilidad entre estados. El papel que sobre la provisión de bienes y servicios que eran monopolio Estatal, es ocupado por empresas, muchas de ellas transnacionales. Y en éste contexto, señalar que siendo el Estado la principal organización política, nos exponemos a retos globales que requieren que las instituciones supranacionales de las que se forma parte funcionen: la cooperación internacional es fundamental en ese deseable marco de gobernanza global que en estos momentos no existe, pues las instituciones, como por ejemplo, las de la Unión Europea, se limita a aspectos comerciales pero no sociales.
Frente a la metáfora nacional defendida desde posiciones tradicionalistas y, porque no, negacionistas (de una realidad que está delante de nosotros) e incluso reaccionarias, es necesario confrontar el concepto de Red internacional para configurar esa necesaria figura que incida en la minimización de riesgos en un mundo social, económica y políticamente globalizado.
La necesidad de que los estados y las “asociaciones de Estados” de avanzar en instrumentos de gobernanza global, donde los procesos de decisiones internacionales, multilaterales y multinivel, incidan en la mejora, no sólo de las relaciones comerciales, sino en la protección de los derechos humanos, es un elemento que dotará de legitimidad, tanto a los Estados como a esos organismos internacionales y supranacionales que hoy no son ajenos.
La globalización no es una elección, pues frente a la internacionalización social y económica solo parece existir la alternativa de la autarquía, algo que parece una entelequia política más que una propuesta para un país. La cuestión, insisto es, en principio, reconocer el nuevo contexto para así poder adaptarnos adecuadamente, preservando los derechos sociales y libertades frente a la tiranía de unos mercados a los que lo único que parece importar son las cifras del balance de beneficios.
Los Estados, por si solos ya no pueden resolver problemas que vienen desde la otra parte del mundo y que van a afectar social y económicamente a todos, sin distinguir fronteras. Por esta razón, fortalecer las instituciones europeas es una necesidad para evitar que ese gran proyecto de los Estados Unidos de Europa caiga únicamente en la caja del "debe y haber" de los balances de beneficios.

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