¡QUE MALA ES LA IGNORANCIA!
La ciudadanía nos
alimentamos ( y retroalimentamos) a través de los medios que tenemos
a nuestra disposición. Es evidente que la información la buscamos o
la recibimos desde diferentes medios, aunque en el ámbito local
éstos son reducidos, algo que promueve lo que popularmente se
denomina “rumorología”. Por otro lado, los nuevos instrumentos
de comunicación e interacción en línea (webs, redes, etc) influyen
también en la creación de opiniones y juicios sobre los diferentes
temas que se consideran de interés colectivo. Pero, a diferencia de
los medios tradicionales, la multidireccionalidad de las nuevas
plataformas digitales, además de informarnos, además de opinar, nos
transmiten, en ocasiones, informaciones contradictorias e incluso
falsas. Y cuando, sin opinar, damos nuestra “ignorante” opinión,
estamos expuestos a que aquellos que sí poseen esa información nos
señalen, además de como “ignorantes”, incluso como presuntos
manipuladores intencionados.
Los que estamos
acostumbrados a que nos señalen, ya sea por nuestras opiniones
publicadas o simplemente por expresar nuestras posiciones,
evidentemente relativizamos a ese dedo acusador pero, ¿y la
ciudadanía?, ¿eh, y la ciudadanía?.
La administración local
reúne una serie de características concretas. Y una de ellas es la
proximidad y la posibilidad de articular mecanismos eficientes de
información (primer y fudamental escalón de la participación).
Esto, en un contexto de “transparencia”, como exigencia de
calidad democrática, es uno de los requisitos para empoderar a la
ciudadanía en el primer nivel: la información. La complejidad de la
administración y sus procesos deben ser simplificados a través de
la construcción de mensajes claros y concretos para que la
ciudadanía pueda formarse un juicio mínimo lo más aproximado a la
realidad. Como decía, lo que puede ocurrir es que, si ésto no se
produce, lo que se propicia es que digamos, o lo primero que se nos
ocurra, o incluso, armados de argumentos, señalemos situaciones que
pueden o no corresponder a esa realidad que, por desconocida, puede
inducirnos e inducir a otros a construir opiniones erróneas.
Pero, como reza esa
máxima tan conocida, “la información es poder”, la impresión
que personalmente tengo al respecto es que a los que acaparan el
poder (conste que digo “acaparan” y no ostentan, con toda la
intención) no tienen demasiada voluntad de facilitar una información
ágil y veraz siempre que no pase por su control.
La política es
conflicto, y la democracia lo que nos ofrece es la posibilidad de, a
través de diferentes mecanismos, resolver de forma pacífica y
dialogada las diferentes opiniones o concepciones social y políticas,
aunque sea de forma temporal (la virtud de nuestro sistema
democrático radica en esa temporalidad “cuatrianual”, donde la
ciudadanía soberana puede ratificar o modificar gobiernos. Pero la
política también es información, o dicho de otra manera: la
política es comunicación. Y dados los reducidos medios privados (
alguno de ellos estigmatizado de forma incomprensible a la vista de
la exigua participación de la institución en ellos desde una
perspectiva informativa, aunque no así desde el propagandístico) y
los inexistentes medios públicos ( inexistentes no porque no
existan, sino porque se renuncia a una estrategia verdaderamente
democrática que propicie que la información fluya de forma veraz),
sólo nos queda internet y las redes sociales. Pero éste nuevo
ecosistema informativo tampoco es asumido como herramienta aunque si
como instrumento, insisto, de propaganda personal y política (
conste que digo, de forma intencionada, propaganda).
Creo humildemente que la
ignorancia informativa política es desconocimiento o desinformación
que no beneficia a nuestra ya sufrida democracia, aunque es posible
que si lo haga a esa concepción instrumental que algunos todavía
mantienen del mandato representativo, pese a la necesidad de mejorar
(para fortalecer) nuestro sistema político.
La posibilidad de
recabar información está ahí pero, ¿no tienen los poderes
públicos la obligación ética de favorecer el acceso a esa
información a través de los nuevos y los tradicionales medios de
información y comunicación?. Si el eje de la información es la
“personalización” (preguntar directamente) seguramente se
fortalecerá ese sesgo que beneficia a quien la posee, algo que
además de desvirtuar, añade un componente que a mi, personalmente,
no me gusta: el clientelismo.
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