EL CAOS VENDE.


A lo largo de las últimas semanas hemos visto, algunos con interés y otros incluso con “apasionamiento”, la deriva informativa que el encuadre de los medios desarrolla en cuanto a la información política.
Walter Lippman, en un contexto donde se produce la eclosión de los grandes medios de comunicación de masas afirmó: el gobierno basado en la opinión pública es una ficción vacía. Pero desde que Lippman formulase ésta afirmación hasta nuestros días, la “opinión pública” ha cambiado mucho. La emergencia de nuevos medios tecnológicos ha diversificado los recursos informativos, así como la monopolización de los grandes medios por corporaciones ha creado verdaderos grupos de presión mediatico-empresariales. Y en éste contexto, ¿qué efectos tienen esos nuevos y viejos medios de comunicación en la (cambiante) opinión pública?.
Otro estudioso de la comunicación como el politólogo Harold Laswel indicaba que los individuos estaban a merced de la propaganda, algo que, pese al paso del tiempo y la “democratización” de los recursos informativos, parece haber cambiado poco. ¿Porqué lo digo?.
En mi opinión, el desarrollo de la sociedad ha sido asimétrico: la tecnología y el conocimiento se ha desarrollado de forma extraordinaria, pero no así la cultura ( en términos sociológicos). Las noticias que los medios “seleccionan”, siguen teniendo en muchas ocasiones el efecto de “aguja hipodérmica”: estímulo-respuesta. Y qué mejor que con los temas que en las últimas semanas se han tratado: legitimidad del gobierno de coalición, derechos y libertades civiles y sociales, etc.
Soy de la opinión que el papel de los medios de comunicación está siendo negativo. Y me gustaría explicarme empezando por el receptor, porque a pesar de que existe un sentimiento generalizado de que estamos a merced de los medios ( cuestión que posteriormente plantearé), la actitud de los receptores es importante, pues sin “clientes”, la información negativa no sería útil a las corporaciones mediáticas para fidelizar audiencias.
La gente, ve, lee y escucha la información política a través de un proceso selectivo. En primer lugar la exposición selectiva, referida a la tendencia a exponerse a las comunicaciones que coinciden con intereses existentes: ver, leer y escuchar las noticias a través de medios donde porcentualmente la opción política preferida goza de más tiempo de emisión. En segundo lugar, la atención selectiva, o prestar atención a las noticias cuyo mensaje e incluso cuyo lenguaje coincide con las personales, compartidas o preferidas. Hay, no obstante un tercer proceso selectivo: la retención selectiva, que como se indica se refiere a la propensión a recordar las partes de los mensajes que coinciden con lo que pensamos. Y, ante todo, están las corporaciones de medios de comunicación y sus estrategias comunicativas.
José Maria Maravall publicó en 2008 un libro titulado La confrontación política”. Respecto a los temas de debate (elemento fundamental en la construcción de la opinión pública), el autor los divide en transversales y posicionales. Los primeros aquellos en los que existe un acuerdo tácito de su importancia para el conjunto de la ciudadanía. Los segundos, los posicionales, son los que aprovecha o incide en la polarización de la sociedad. Y aquí los medios de comunicación juegan un papel fundamental. La teoría de Agenda Setting, teoría desarrollada entre otros por Mcombs y Shaw ,hace referencia a la priorización de temas por parte de los medios y la transferencia de éstos a la agenda pública o la agenda de temas políticos que la gente asume como relevantes. Esta práctica ( junto a otras que la complementan, como el priming y el framing, sobre las que plantearé un texto de opinión más adelante) plantea, desde los temas posicionales que polarizan a la sociedad (al enfrentarla al contraste de opiniones, ideologías y, sobre todo, sentimientos) una determinada visión de la realidad política, y lo que en mi opinión es más negativo: un sentimiento negativo generalizado sobre nuestro sistema político y sus actores, eso sí, en beneficio de otros actores que, lejos de pugnar legítimamente por ganar la confianza de la gente con sus propuestas, persigue, a través del “cuanto peor, mejor” , lograr réditos electorales.
En éste escenario, incluso la legitimidad de las urnas se pone en cuestión, utilizando, no sólo la avidez de los medios por resaltar lo negativo sino utilizando las nuevas herramientas comunicativas para transmitir medias verdades o incluso mentiras,un escenario caótico necesitado de un “puñetazo sobre la mesa” apelando a los instintos, algo que nos devuelve a épocas poco gloriosas, pese a la irresponsable insistencia en presentarlas como tales.
Los partidos políticos tienen en su mano revertir esta peligrosa situación: “atacar” los argumentos a través de la confrontación de propuestas, su argumentación, su explicación pedagógica. Dejar que la “bestia” se devore a sí misma, pues el futuro, no de esos partidos, sino de la misma sociedad como hecho colectivo, está en juego.

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