VOTAR EN POSITIVO O VOTAR A LA CONTRA
La aparición de un
partido de extrema derecha populista en el escenario político
español (que hasta hace unos años parecía inmune, pese a lo que
estaba ocurriendo en Europa), va a condicionar el resultado de las
elecciones del 10N, según se desprende de los datos demoscópicos
publicados hasta ahora. El voto a “la contra” es, en mi opinión,
expresión de la desafección de una sociedad enrabietada contra los
partidos políticos tradicionales, a los que ya no considera como
útiles por entender que representan más a sus intereses que a los
de la ciudadanía. Y ese voto a la contra, con una carga emocional
que ignora los riesgos que para nuestro sistema tienen los partidos
extremistas, puede producir una ruptura en el avance de políticas de
derechos y libertades que, pese a dadas por consolidadas, no lo
parecen tanto.
Nuestro sistema
electoral, bipartidista por definición y pluralista por la acción
de la ciudadanía, corre el riesgo de inestabilidad recurrente. Y
ésta no es únicamente fruto de la dispersión y la volatilidad
electoral, sino de la imposibilidad de cumplir con uno de los
objetivos que las elecciones tienen: formar gobierno, a causa de las
actitudes de los dirigentes políticos.
El concepto de sistema
representativo apunta a un modelo de democracia con capacidad
explicativa sobre variables como el sistema electoral, el sistema de
partidos o el tipo de gobierno. Y esas variables parecen, a la vista
de los resultados previstos, contradictorias entre sí. El sistema
electoral sigue manteniendo paradojas como la circunscripción (que
afecta al concepto de representación) o la investidura de Presidente
(que afecta a ese efecto relevante de las elecciones: formar
gobierno). Nuestro sistema, de diseño mayoritario pero con
características proporcionales ( representación de las minorías
territoriales) se ha tambaleado ya en dos ocasiones. Tras las
elecciones de 2015 y las de 2019 se produjo una repetición electoral
al ser imposible acuerdos que propiciasen la formación de gobierno.
No obstante, es importante señalar que en las segundas elecciones
(2016) un partido político propició la formación de gobierno a
pesar de que la decisión supuso una de las mayores crisis sufridas
en 140 años de historia ( en el PSOE se abstuvieron un gran número
de diputados y diputadas: los suficientes para investir al candidato
del partido más votado). Ahora, la repetición electoral, dada la
legislatura fallida surgida de las últimas elecciones generales
posiblemente requiera de un nuevo acto de responsabilidad pero,
¿están dispuestos los actores implicados a un nuevo acto de
responsabilidad con las instituciones democráticas del estado, o
primará el interés partidista?.
Los datos demoscópicos
apuntan nuevamente a un parlamento fracturado pero,en mi opinión, lo
mas preocupante: a un parlamento donde los partidos extremistas
pueden condicionar la formación de gobierno. Podemos condicionó su
apoyo a la investidura a contar con ministros o ministras en el
gobierno. Dejó de lado la capacidad de influencia, temerosos de que
el torniquete practicado al PSOE no fuese lo suficientemente fuerte y
el partido socialdemócrata buscase acuerdos transversales más allá
del frentismo del partido morado. Por su parte, la derecha ha optado
por contar como socio a un partido de extrema derecha representante
de valores reaccionarios y claramente contrarios al marco de
convivencia democrática construida tras más de cuarenta años de
democracia,normalizando un hecho que en Europa no ha sucedido. En mi
opinión, el PSOE, pese a las contradicciones manifestadas a lo largo
del proceso de negociación, optó por la decisión que más se
ajustaba a los intereses de una sociedad plural: un gobierno en
minoría. Un gobierno sujeto a dialogo y negociación, en el que la
vía de acuerdo con el independentismo más beligerante se
desestimaba, por lo que un escenario de moderación y consenso
parecía el más adecuado . Un escenario rechazado por la derecha
que, junto a esa extrema derecha, socia ya en gobiernos autonómicos
y municipales, podría convertirse en el eje de un gobierno que, a
la vista de las actitudes autoritarias y claramente reaccionarias,
propiciarían un retroceso social y democrático.
Creo que, al margen de
las más que evidentes contradicciones que el candidato del PSOE ha
expresado, el Partido Socialista es la opción que más y mejor se
ajusta a los intereses del ciudadano medio, de esa mayoría que ha
sido la más afectada por la crisis y que, si nada lo remedia, puede
incluso optar por dar su voto de cabreo a aquellos que quieren
retorcer nuestro estado social y de derecho sin valorar que ese voto
no es contra el PSOE, sino contra sí mismos.
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