EL VOTO LOCAL

Comparto con Gianfraco Pasquino su opinión sobre la participación electoral: no es más que una modalidad de participación política y quizás ni siquiera la más importante. No obstante si hay que reconocer que, siendo un momento crucial, en el que el ciudadano asume su rol como actor político, las elecciones deberían ser, en un contexto definido por la diversificación en los modos y formas de participación, únicamente el momento inicial, “casi una condición previa de posteriores actividades de participación política” (Pasquino). Pero ésto es normativo, y el interés es analizar la realidad y no lo deseable.
Dicho lo cual, me gustaría centrarme en la trascendencia política que tienen las elecciones al suponer el reconocimiento expreso, a través del voto, del quehacer político y el deseable inicio de una serie de posibles procesos de mejora democrática.
Pese a no ser evidente o no percibirse directamente, las elecciones generan grandes efectos en el sistema político: producen representación, producen legitimación y producen gobierno. En principio me gustaría centrarme en la primera ( representación) y la última (gobierno) como base para analizar lo que, en mi opinión supone una paradoja “cultural”: la contraposición de la representación a la formación de gobierno y las consecuencias de la imposibilidad de congeniar (en principio) ambas.
Las elecciones de 2015 expresaron las preferencias del electorado, seleccionaron y eligieron a sus representantes, otorgando un mandato representativo que reflejó el pluralismo de la sociedad en el seno de la institución municipal. Hasta aquí todo claro. Pero, ¿que ocurrió a continuación?. El apoyo político plural fue suficiente para sustentar una investidura, pero la cultura política de los representantes electos no fue, ni suficiente ni la adecuada para, conjuntamente, establecer una orientación clara de las políticas públicas. O lo que es lo mismo: el gobierno de coalición que surgió de la pluralidad de preferencias fue incapaz de establecer una agenda mínima, guiándose o auto condicionándose a la gestión de lo cotidiano. ¿Ha demostrado o ha dado la razón a aquellos que afirman que el entendimiento entre diversos actores es, o complejo o imposible?. Rotundamente, no.
Las próximas elecciones puede deparar unos resultados similares en cuanto a la distribución plural de la representación, pero la cuestión es, ¿podrá la representación concretar un gobierno lo suficientemente estable como para afrontar los retos que el municipio exige?. La respuesta es sencilla: depende.
Depende no solo del proceso de formación de coaliciones, o en la estabilidad del gobierno en función del número de sus participantes, sino de los imputs de los distintos partidos, la capacidad de forzar al partido con mayor número de representantes, los vetos, etc. Depende de la legitimidad que en el proceso los actores participantes deleguen o reserven para si y, sobre todo, depende de la capacidad del grupo o grupos con mayor tamaño para, sin abandonar la representatividad adquirida, ser capaces de acordar una agenda de asuntos, abierta pero concreta.
El error en la presente legislatura, en mi opinión, fue centrarse únicamente en el continente pero no en el contenido, que fue más bien una especie de excusa por escrito para justificar el acuerdo entre diferentes. La ruptura de la coalición originaria se debió no a “deslealtades”, sino a un choque de legitimidades. Y el acuerdo se convirtió en imposible de recuperar por una cuestión que, aunque personal, a veces va aparejada el cargo: el estatus adquirido convertido en elemento, más que de homogeneización de hegemonía (dada la ley)
Las gentes que acudan a votar el próximo mes de mayo tendrán en su mente a una persona, pero también deberían tener un programa, unas propuestas que beneficien colectivamente a una mayoría. Y los partidos, además de presentar sus propuestas, deberán ser claros en cuanto a sus preferencias en cuanto a posibles acuerdos, pues de lo contrario es posible que se acabe improvisando, y los resultados ya los conocemos.

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