APRENDER A ENTENDERSE
El
final de un mandato es el momento propicio para exigir
responsabilidades o atribuirlas (si son en positivo), pero también
para sacar conclusiones de cara al futuro inmediato. De lo contrario,
se pueden repetir actitudes que, a la vista de una valoración
eminentemente cualitativa, no han propiciado la solidez necesaria en
un gobierno multipartido apoyado por el 48,7% de los electores.
La
primera conclusión, como ya he mantenido en diferentes ocasiones, es
la confusión entre legitimidad ( de origen y proceso) con legalidad:
las atribuciones que la ley da a un cargo no suponen una legitimidad
mayor o menor. En mi opinión, se ha producido, a causa de una hiper
personalización de la acción política, una superposición donde el
estatus adquirido a través de una legitimidad delegada se ha
impuesto “gracias” a la legalidad.
De
la primera reflexión, la primera conclusió: la legitimidad de cada
actor político debe prevalecer y, en su caso, ser complemetaria a
través de un ejercicio permanente de deliberación. Y de la primera
conclusión, una nueva reflexión: hago referencia a deliberación y
no negociación, pues el primer término supone la aceptación de los
roles de cada actor en igualdad, y la segunda, la renuncia o cesión
en beneficio del entendimiento.
Que,
evidentemente deliberación y negociación son términos
complementarios, parece evidente, pero la estabilidad depende, y
mucho, de la aceptación de la legitimidad de cada actor y la no
superposición de una sobre otra en función de cargos o
responsabilidades.
Una
segunda cuestión: el qué más que el quien. Y esto se refiere a dar
contenido a los acuerdos, más allá de la coyuntura de la
investidura, algo que en el caso local no ha existido: se acuerda un
texto coyuntural y minimalista que es anulado a causa de la primera
cuestión que aquí he expuesto ( la superposición de legitimidad y
legalidad).
Los
acuerdos deberían contener dos partes: una positiva y una
prescriptiva. La positiva recogería los acuerdos concretos, las
actuaciones concretas y su viabilidad, y la prescriptiva, tanto los
mecanismos (transparentes) de resolución de conflictos internos,
como la transversalidad en la organización de la posible coalición.
Esto es: las áreas de responsabilidad burocrático-política deben
contar con la participación transversal de representantes de los
diferentes partidos. Un ejemplo.
El
área de urbanismo, amplia donde las haya ( disciplina,
planificación, medio ambiente, etc) debe compartirse, tanto por
cargos electos como por cargos de designación política. Una
plasmación de éste ejemplo sería que el o la concejal del área de
urbanismo fuese de un partido, el de planificación de otro y el de
medio ambiente de otro pero todas las áreas conectadas a través de
una única estructura administrativa designada por consenso y cuyo
objetivo fuese la de equilibrar responsabilidades y procesos.
En
cuanto a la parte prescriptiva, debería recogerse la voluntad de
respetar la autonomía de cada organización y, evidentemente de cada
representante en los asuntos cotidianos e igualmente en el desarrollo
de propuestas políticas propias al margen del acuerdo general. Esta
estructura posibilitaría que, pese a lo farragoso que en apariencia
pudiera parecer la gestión, la resolución de conflictos (
básicamente en cuanto a la atribución o auto atribución de méritos
o deméritos) fuese un instrumento (transparente) para alcanzar el
equilibrio necesario en un gobierno plural pero estable.
Una
coalición requiere algo más que el reparto del poder: requiere la
organización de una estructura donde cada actor, cada organización,
pueda sentirse al tiempo cómodo o cómoda pero sujeto a unas reglas
no supeditadas únicamente a la legalidad en cuanto a la organización
piramidal de la estructura política.
Por
otro lado, y dado el escenario de diversificación del voto, las
organizaciones implicada, además de garantizar el principio de
representación se vería obligada a responder de sus acciones no
solo ante los “socios” de gobierno, sino ante la ciudadanía y,
principalmente, ante sus votantes.
Y,
como decía, la pluralidad del escenario y la posibilidad más que
real de que los resultados electorales nos conduzcan a una nueva
situación de gobiernos de coalición, los partidos tienen una
obligación que, aunque en la estrategia de comunicación electoral
no es aceptada como positiva, en un compromiso con la democratización
de las estructuras políticas y administrativas si lo es: la
exposición en la campaña electoral de con quién se está dispuesto
a pactar y qué se está dispuesto a acordar.
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