La piscina: paradigma de una solución neoliberal clásica.
Tras
la publicación en los medios de comunicación de la información
referente a la definitiva contratación de la “explotación”
(terminología que aborrezco, por pertenecer a esa parte que
considero más reaccionaria en la concepción de la gestión de los
servicios públicos propia de la perspectiva política que considera
“mercatilizable” cualquier servicio a la ciudadanía) de la
Piscina Municipal y sus instalaciones anexas, se ha propiciado un
cierto debate social en el que, aparentemente, la prioridad
coincidente (también con los miembros del gobierno y de los grupos
que han dado apoyo a ese proyecto de gestión) es la apertura, sea
como sea de la instalación, sin observar algunas cuestiones que
pueden (o no) definir el servicio como verdaderamente público o
simplemente como un programa destinado a cubrir una demanda (si),
pero con el objetivo de que la eficiencia económica beneficie
principalmente a una empresa privada.
Los
argumentos son variados. Desde el “porque se debe financiar un
servicio que no utilizaré” (los que tienen seguros de salud
privados también cuestionan el sistema público de salud, porque no
lo utiliza, y por consiguiente consideran que no deberían
financiarlo...), hasta una defensa cargada de lógica sobre la
necesidad de que la gestión recaiga sobre una “eficiente”
empresa privada, ante la ineficaz gestión que significaría un
servicio “cargado” de funcionarios (¿la gestión pública sólo
puede hacerse a través del incremento del capítulo 1 de personal?.
Este es un claro ejemplo del reduccionismo imperante y claramente
coincidente con la externalización sin más de servicios a la
ciudadanía)
En
el debate subyace una discusión que viene de lejos y que, en mi
opinión se centra en la concepción misma del concepto de
ciudadanía. Del papel que la vieja Administración Pública atribuía
a la ciudadanía , como mero administrado, destinatario de servicios
en un sistema burocrático, pasando por una visión del ciudadano
como cliente, claramente influenciado por las orientaciones del
mercado, donde la calidad y la satisfacción de sus demandas debe
adquirir un papel fundamental, bajo la óptica de la Nueva Gestión
Pública; y finalmente a una noción del ciudadano que va más allá
de ser un mero usuario o cliente de los servicios públicos que
recibe, y que es sujeto activo con un amplio número de derechos,
desde el prisma del Nuevo Servicio Público, instrumento que, al
menos en el caso local, ha sido relegado en beneficio del paradigma
de la parte más práctica y sencilla de esa gestión de corte
neoempresarial.
La
externalización de la gestión de servicios ha sido una constante a
lo largo de los últimos años del siglo XX y parece ser que también
en el presente. Pero, como decía, ese paradigma de eficacia de lo
privado frente a la ineficacia de lo público obvia elementos
relevantes que suponen sin duda un punto de inflexión que los
movimientos progresitas deberían observar como posibles
incorporaciones a sus estrategias frente a la aceptación de unas
reglas del juego que, lejos de coincidir con los principios y valores
de lo común, relegan a la ciudadanía a meros clientes, siempre que
puedan abonar los costes...
Asumiendo
como se asume que “hay lo que hay”( sin ninguna curiosidad
política para buscar en la legislación alternativas), nos
encontramos, en el caso de la piscina municipal, con un claro ejemplo
de aplicación de esa nueva Gestión Pública, pese a que la Ley
9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector Público,
establece una vía que los partidos progresistas, como anteriormente
decía, podrían haber incorporado como una “alternativa” que
beneficia al pequeño frente al grande, ya que uno de los objetivos
básicos de la Ley ( reflejo de los planteamientos de la Estrategia
Europa 2020) es fomentar la participación de las pequeñas y
medianas empresas en la contratación pública, colectivo en el que
se engloba a las micropymes, autónomos y a la mayoría de
cooperativas y empresas de economía social. Por consiguiente, sí
había alternativa para la gestión de la piscina e instalaciones
anexas, más allá de la concepción neoliberal más radical que
finalmente ha sido asumida como “inevitable”: división en lotes
de los contratos teniendo en cuenta que el objetivo de los servicios
a contratar es el mismo, e implicando una mayor especialización de
las empresas y colectivos que licitarían para cada lote. Por un
lado, natación; por otro, servicios de fisioterapia; por otro,
fitnes y gimnasio. Y es solo un ejemplo de lo más clarificador de lo
que podría haberse hecho y de lo que finalmente parece que va a ser.
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