Ya vamos tarde.



En mi opinión, la política ( la local) sigue instalada en un espacio virtual en el que los cambios que se han producido en la sociedad parecen solo coyunturales. Parece que las recetas tradicionales siguen teniendo vigencia; los anclajes partidarios, incluso personales, sigue siendo la herramienta sobre la que construir un proyecto político. Y no nos confundamos: el proyecto es, o alcanzar el poder, o tener la suficiente influencia sobre éste para que los planteamientos políticos que se defienden lleguen a concretarse en forma de políticas públicas. Las visiones idealistas sobre cómo debieran ser las cosas son construcciones de otra época, y si no somos conscientes de que ese tiempo ha pasado, los valores, los principios y las propuestas que decimos o creemos tener se quedarán en meras ilusiones. En política, el que no está, quiere estar, y el que está, quiere permanecer. La pregunta que hay que responder, en todo caso, es para qué.
En el caso de una estructura partidaria débil, basada en liderazgos personalistas, que vive al albur de las dinámicas demoscópicas y electorales de ámbito externo, donde aquellos anclajes personales, relacionales, familiares, etc, se han relativizado pasando a ser un porcentaje bajo de la influencia electoral, es difícil que se materialicen cambios sustanciales. A lo sumo, algún gesto acompañado de alguna que otra declaración de impacto mediático reducido ( reducido por lo que más adelante explicaré) a la espera que ésta ayude en la construcción de un mínimo relato simbólico que aporte apoyos electorales. En éste contexto, donde el uso de los nuevos recursos tecnológicos se desprecian, las herramientas para conocer la opinión pública se desprecian, y donde se parte de un cúmulo de contradicciones relativas a la acción institucional respecto a las expectativas creadas, la complejidad de construir un proyecto político eficaz se acentúa. Por eso, creo que llegamos tarde.
No obstante, veremos como en las próximas fechas, las páginas de los reducidos medios utilizados ( y aquí la explicación del reducido impacto mediático) para difundir informaciones se llenarán de declaraciones de intenciones. Pero en el caso de partidos que han vivido bajo la larga sombra de la institución, bajo ese eufemismo ( eufemismo, por su inconsistencia semántica si lo exponemos a un mínimo análisis) de “equipo”, ¿cómo construirán o reconstruirán una imagen propia, alejada de la posible imagen de testimonialidad que han asumido a lo largo de la legislatura?. Difícil tarea.
El primer paso es poner en valor, no sólo lo que se ha hecho, sino el cómo se ha hecho y, sobre todo, en el marco de una competición electoral, lo que se quiere hacer. El segundo paso es intentar conocer la sociedad a la que se va a dirigir el mensaje, las propuestas, etc. Y el tercer paso es construir, no de forma ritual, sino minuciosamente, una propuesta que pueda ser aceptada como alternativa por la sociedad. Evidentemente hay un cuarto paso: llevarla a la sociedad a través de una estrategia de comunicación política. Pero éste paso esta condicionado por un, por llamarlo de alguna manera: preámbulo.
Si se ha formado parte de un todo, donde la singularidad se ha diluido en el eufemismo “equipo”, hay que reconocer lo que se ha dejado de hacer. Hay que hacer un ejercicio autocrítico sincero, donde el propósito de enmienda tenga formas para controlarlo. Poner en valor una marca, una imagen, un mensaje, no depende en sí del valor que ésta tenga, que siendo muy importante, se convierte en secundario si no se consigue reconectar con una sociedad de la que se ha alejado y a la que se quiere volver.
El tiempo apremia, y las buenas intenciones no bastan: hacen falta acciones.





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