¿Las etiquetas en política, son simbólicas?
Las etiquetas tradicionales de derecha
e izquierda han perdido la relevancia que antaño tuvieron como
anclaje político de la ciudadanía. En palabra del añorado Bawman:
la política se ha vuelto líquida, pero muy, muy liquida. Ahora, los
significados se construye de un día para otro en función de la
dirección del viento ( fundamentalmente mediático, que no
informativo). Pero el término izquierda sigue teniendo significado.
Tenía razón N.Bobbio al afirmar que los términos derecha e
izquierda son solo un punto de partida, pero parece que la izquierda
no sea capaz o no tenga intención de huir del puro simbolismo que,
pese a la insistencia retórica, ha perdido peso en el imaginario
social y está necesitado de una redefinición que devuelva al
término su proyección práctica.
Como aficionado a la política
municipal, creo que existen vías más allá como decía de las
puramente retóricas para establecer diferencias entre la derecha y
la izquierda local. Evidentemente, romper con los paradigmas que han
marcado la gestión de los servicios públicos es una de ellas, pero
para ello es necesario, por no decir imprescindible, investigar las
herramientas que den viabilidad a las propuestas, algo que no es
costumbre, y para comprobarlo solo debemos dirigirnos a los programas
electorales de las formaciones locales, donde la proliferación de
términos genéricos y vagos rellenan líneas de algo que más parece
una obligación ritual que un compromiso ético y político con la
sociedad que se quiere mejorar.
Y como además de aficionado, soy un
opinador compulsivo, quiero plantear las líneas generales de lo que
podría ser ese posible elemento de ruptura con las tesis
neoliberales impuestas a través de la vertiente más conservadora de
lo que se denominó la Nueva Gestión Pública, en su corriente
generencialista y privatizadora. Al menos me gustaría plantear el
debate, al margen de consideraciones poco afortunadas de algún representante político reconvertido (sin saberlo ni reconocerlo en neoliberal nacionalista), sobre un
aspecto que creo que marca o podría marcar un punto de inflexión en
la dinámica incrementalista que sigue el gobierno municipal. Quizá,
en los próximos programas electorales veamos si mi humilde
incitación al debate ha tenido eco, o como siempre ha caído en la
indiferencia, algo que por otro lado, queridos amigos y amigas, no me
afecta personalmente, pese a lo que algunos pueda creer.
Asumir que la responsabilidad política
conlleva una responsabilidad social, debe llevarse hasta sus últimos
extremos: en el diseño de la administración, en la estructuración
de los servicios, en la relación con la ciudadanía y en la forma
por la que optemos en la gestión de los servicios públicos. Es
evidente que la gestión directa conlleva una serie de gastos
invariables y fijos que pueden ir en detrimento de otras acciones
políticas. Está claro que la estabilidad de un servicio se
consigue, en primera instancia, gestionándolo a través de personal
propio, pero la estabilidad no conlleva calidad, como tampoco se
incide en aspectos más allá de la población destinataria del
servicio: la potencial población que puede prestar esos servicios.
Me explico.
La legislación actual permite que las
administraciones gestionen determinados servicios de su competencia a
través de diferentes modalidades: gestión directa, gestión
indirecta, mixta, etc. La opción que yo propongo como herramienta
para, al tiempo romper con esa dinámica neoliberal e incidir en la
responsabilidad social es, como muchos y muchas conocéis, el
cooperativismo.
Y, evidentemente como planteamiento
teórico está bien pero, ¿es posible su encaje legal, su
viabilidad?. A eso voy.
La ley de contratos del sector
público, si se lee buscando las oportunidades que ésta pueda
ofrecernos, nos da indicadores de que es posible superar la
contratación meramente instrumental donde el ciudadano es relegado a
mero consumidor pasivo ( ya que solo se ha aplicado la parte, como
decía, más neoliberal de la gestión pública gerencial, sin
aplicar los correspondientes criterios de “atención al cliente”
que ésto conlleva). La ley, como decía, incluye en los criterios de
adjudicación aspectos medioambientales, sociales y de innovación.
¿Dónde?. En su artículo primero: “en toda contratación pública
se incorporarán de manera transversal y preceptiva criterios
sociales y medioambientales siempre que guarde relación con el
objeto del contrato. Igualmente se facilitará el acceso a la
contratación pública a los pequeños y medianos empresas así como
a las empresas de economía social”. Fin de la cita.
El artículo 202, de Condiciones
especiales de ejecución del contrato de carácter social, ético,
medioambiental y de otro orden, en su punto uno dice: será
obligatorio el establecimiento en el pliego de condiciones de
clausulas administrativas particulares de al menos de una de esas
condiciones especiales. En su punto 2: Estas condiciones de ejecución
podrán referirse en especial a consideraciones económicas
relacionadas con la innovación de tipo ambiental o social. Asi mismo
en su disposición adicional 48, podemos leer en su punto b): ...Que
los beneficios se reinviertan...o en su caso que se distribuyan o
redistribuyan beneficios, ésta deberá realizarse con criterios de
participación, y en su punto c): Que las estructuras de dirección o
propiedad de la organización que ejecute el contrato se basen en la
propiedad de los empleados o principios de participación...
Está claro que no es tan sencillo,
pero para eso están los servicios técnicos: para aplicar los
criterios políticos. Ahora bien, si el político delega la decisión
unilateralmente en un técnico sin intentar dar carácter político
al acto en si, la politica ha dejado de tener sentido y vivimos en un
mundo de ciborgs tecnocráticos donde sobran cosas como las
elecciones, y perdón por la burrada.
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